El bombardeo de declaraciones interesadas sobre el tema de las selecciones autonómicas provoca ruido, empieza a generar cansancio y aporta escasa racionalidad al debate. Hay dos cuestiones de fondo. Una, el legítimo deseo de quienes aspiran a que las selecciones deportivas autonómicas compitan oficialmente en torneos internacionales. Otra, la consideración política contra los enfrentamientos entre las selecciones de un todo, que son los estados, y alguna de sus partes, un criterio muy extendido que se aplica en casi todos los lugares.

Aquí, en vez de intentar buscar en qué espacios las selecciones autonómicas podrían actuar a escala internacional sin enfrentarse a la española, se hace otra cosa. Los políticos efectúan fintas --y votaciones-- de engaño, hacen discursos tajantes, pero no hablan claro sobre lo que condiciona este asunto: las disyuntivas conflictivas para los jugadores, los costes reales de estos planteamientos, la realidad de las reglamentaciones internacionales... Por esa vía, damos vueltas a lo que se quiere y lo que no se quiere hacer, pero no se estudia técnicamente lo que se puede o no se puede conseguir. Y así la polémica será eterna, pero sólo servirá para azuzar el desencuentro, los recelos y la frustración.