Sacerdote

Vivimos la era del engaño. Estamos hartos de habladores que inflan palabras, las esparcen, se multiplican y acaban formando ejércitos inmensos, que se extienden de un continente a otro sembrando rivalidades. En nuestro país, una muestra más, de los enfrentamientos dialécticos entre partidos se ha pasado a manifestaciones por la paz llenas de insultos y violencias desagradables. Tenemos miedo a enfrentarnos con el rival más peligroso y que está dentro de nosotros, el orgullo. Alguien dijo una vez: "Las palabras son los peldaños de la escalera de nuestra comunicación." Y tenía razón. Con una palabra podemos ganar o perder a un amigo. Una palabra brutal puede ocasionar discordia, destruir una vida, sembrar mentiras, calumnias, provocar odio y quitar el honor y la fama, romper un afecto, provocar la desunión y llevar a la guerra. De la misma manera, una palabra agradable puede suavizar el camino, iluminar el día, cambiar una actitud, apagar resentimientos, ahorrar un esfuerzo y sembrar la paz.

El diálogo correcto ha de ser tolerante, admitiendo y valorando las opiniones que están en desacuerdo con las nuestras. La diversidad de opiniones no es mala. Al contrario, enriquece. La palabra es el instrumento clave de toda comunicación y el diálogo la necesidad dominante del ser humano. Que la palabra saneada y la capacidad de diálogo nos llene de paz.