Historiador

Con respecto al papel que debe desempeñar el Senado español en el siglo XXI, parece que podemos y debemos impulsar debates de futuro sobre la importancia de nuestras instituciones. Aunque para ello haya sido necesario pasar por el calvario del desprecio (con lo que de sentido profundo sobre el respeto real que algunos partidos políticos muestran hacia esa Constitución que han acaparado) a ser escuchada la voz de las autonomías o responder con severidad a planteamientos secesionistas, ante los cuales es el sitio más indicado para presentar y crear opinión.

Me recordaba hace unos días un exsenador una diferencia sustancial del Congreso de los Diputados en relación con el Senado. El primero es el lugar donde se vehicula desde el estrellato la formación y el espectáculo que otorgan las primeras figuras de la política nacional, pero a la vez, no permite la fluidez de las intervenciones de los representantes venidos de provincias.

Y eso sí pasa en el Senado. Se trata de una Cámara donde el sentido de la proximidad se palpa. Donde la dialéctica se acelera al conocerse, con el paso del tiempo, prácticamente todos sus componentes entre sí.

En pleno 25 aniversario de la aprobación de la actual Constitución, se llega a la contradicción de premiar en el Senado a todos los presidentes autonómicos, ya que se dice que estamos ante una Cámara de representación territorial, mientras que por otra parte se vacía su contenido silenciando la voz de estas entidades, o simplemente relegando a sus emisarios a meros burócratas en la mayoría de las ocasiones. Pierde, por tanto, la iniciativa en honor de la técnica.