El respeto necesita reciprocidad. La convivencia es posible si delimitamos los ámbitos de cada cosa y respetamos lo ajeno de verdad, es decir, sin juzgar, sin entrometernos: no es asunto nuestro...

Por si pudiese haber alguna duda sobre la conveniencia de todo esto, o el modo de aplicarlo, y para no abandonarlo al albur de interpretaciones capciosas, nos hemos dado unas normas:

Por ejemplo: en España (Estado) hay gente religiosa (católicos, musulmanes, budistas...) y hay gente que no lo es. Puede haber además gente que aquello que opina y cree lo guarda para sí, pues lo considera asunto privado. Incluso puede haber gente que esté algo molesta con la actuación, la arrogancia y el afán evangelizador de alguna administración religiosa y puede haber alguien --me cuesta creerlo-- que dé por bueno un paréntesis de sometimiento en la democracia.

Dada esta innegable variedad, se determinó que España (Estado) --no mi salón, ni mi familia, ni mi conciencia--, fuese aconfesional. Es decir, que lo común no esté sometido a religión o ideología alguna, para que sea precisamente de todos y ampare la diversidad.

Algunos creemos que avanzar hacia un estado laico favorece la convivencia. Hacerlo no conculca derecho alguno y permite a cada uno para, privadamente o en grupo, llevar a cabo las prácticas religiosas que desee (y educar a sus hijos como guste, lo que no puede --ni debe-- hacer el Estado por él).

Hacerlo puede erosionar la influencia de algún grupo religioso que tal vez pueda por ello sentirse atacado y quiera defenderse amenazando con castigos electorales, manifestaciones públicas, recordando un pasado de persecuciones (con nefasta intención y mucha amnesia), o esgrimiendo derechos históricos (¿qué puede garantizar la historia más allá de que algo, la libertad o la tiranía por ejemplo, tuvieron su tiempo?).

Entonces, el sentido común.

Antonio Romero Seguín **

Hoyos