Sabes que la felicidad es una sensación inefable -como casi todas las sensaciones— que se esconde a tu alrededor, muy cerca, pero es difícil encontrarla. Y si en algún momento das con ella, puede que el temor a que se esconda de nuevo y no la vuelvas a encontrar nunca más, te convierta en una persona desdichada durante un tiempo, hasta que olvides que en algún momento pasado fuiste feliz.

Baltasar Gracián dejó escrito que «todos los mortales andan en busca de la felicidad, señal de que ninguno la tiene. Ninguno vive contento con su suerte». Sin embargo, por desgracia, también podría contraponerse a esta reflexión esta otra: «Todos los mortales andan en busca de la infidelidad ajena, señal de que ellos ya la tienen. Ninguno viven descontento con el infortunio ajeno». Y es que, a veces crees vivir en un mundo en el que la felicidad estorba. Quizá sea porque todos queramos encontrarla al precio que sea, aun sabiendo que en nuestra búsqueda hacemos desdichados a otros, quienes a su vez hacen lo propio con los demás. En fin, que la felicidad es algo así como un artículo de lujo que la vida nos regala con el permiso de nuestros semejantes.

Desde hace tiempo tienes en mente confesar a tus padres tu homosexualidad, pero tu temor a su incomprensión te lo impide. Sabes que a tu madre le dolerá saberlo, que durante unos días te reprochará tu anomalía, que te preguntará si estás seguro de tu desviación. Lo pasará mal, pero terminará aceptándolo, porque ella sólo desea que seas feliz.

Sin embargo, tu padre nunca lo aceptará ni lo tolerará. Para él serás un maricón pervertido como esos que salen en la tele y de los que tanto abomina, porque son una escoria para la sociedad. Serás un castigo de Dios que él no se merece, porque siempre ha sido un buen católico, cumplidor de todos los preceptos. Serás su vergüenza y la de tu madre. ¿Cómo podrá él mirar a nadie a la cara teniendo un hijo tan degenerado? Serás un enfermo que deberás curarte si quieres seguir viviendo en su casa. Dirá que le has hecho el hombre más infeliz del mundo.

Por eso sabes que tienes que elegir entre tu justa felicidad o la injusta felicidad de tu padre.