La detención en Burdeos del que, según el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, es la persona con "más peso político y militar en ETA" es una excelente noticia porque descabeza a la banda terrorista en un momento en el que sus comandos despliegan una fuerte ofensiva. Javier López Peña, el pez gordo atrapado en las redes policiales en esta operación fue, según las informaciones oficiales, el hombre que dinamitó desde la cúpula de la banda la tregua declarada en marzo del 2006 al ordenar el salvaje atentado de la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas, perpetrado el 30 de diciembre de ese mismo año. Junto a él han sido detenidos otros tres activistas etarras, entre ellos Jon Salaberria, exdiputado del Parlamento vasco por Sozialista Abertzaleak (una de las marcas de Batasuna) y que se encontraba fugado desde el 2005.

Pero el éxito de esta operación combinada de la Guardia Civil y las fuerzas de seguridad francesas no debe ocultar dos tristes realidades. La primera es que, descabezada o no, ETA sigue teniendo capacidad de matar y seguramente lo volverá a hacer. Y la segunda, que, como la historia se ha encargado de demostrar, la banda terrorista tiene una enorme capacidad de regenerarse después de grandes golpes como el que ha recibido ahora. Así ocurrió después de redadas como la de Bidart, en 1992, o la de Salis-de-Béarn, del 2004, en la que fue detenido Mikel Antza. Contra estas dos tristes evidencias se alza otra muy positiva: que las sucesivas direcciones de ETA tardan cada vez menos tiempo en ser desbaratadas, prueba irrefutable de que el acoso policial funciona y de que los terroristas tienen cada vez más dificultades para reorganizarse y continuar su ejercicio bárbaro.

Las detenciones de Burdeos, a las que siguió ayer la de un exalcalde de Andoain, militante de Batasuna, vuelven a poner de manifiesto una intolerable permeabilidad entre el mundo político hasta hace poco legal y la actividad armada. No haría falta que lo dijeran los jueces, porque cada vez hay más demostraciones y es más evidente para los ciudadanos que políticos de Batasuna juegan en algún momento papeles relevantes en la organización terrorista. Y eso invalida muchas consideraciones timoratas sobre la pertinente ilegalización de las organizaciones de la izquierda aberzale.

Por lo demás, este nuevo golpe policial devuelve en parte el optimismo a una sociedad que asistía impotente a una nueva escalada de barbarie --asesinato del exconcejal socialista Isaías Carrasco, del guardia civil Juan Manuel Piñuel y furgoneta bomba en Getxo-- tras el espejismo de la tregua. El acoso policial funciona y hay síntomas de que el frente común de los partidos democráticos puede restablecerse. Malos tiempos para ETA y buenos tiempos para el conjunto de la sociedad. Buenos tiempos que, como decía ayer el expresidente de la Junta, Rodríguez Ibarra, bien merecen un minuto de alegría frente a los minutos de silencio que tantas veces han tenido que hacer los españoles en recuerdo de las víctimas etarras.