La otra noche soñé con serpientes colgadas del techo de mi habitación. Apenas recuerdo poco más de lo que puede calificarse como una pesadilla en toda regla. Reconozco ahora que cené más tarde de lo debido y que me fui a acostar demasiado pronto. Pero puedo confesar que mi angustia fue a más cuando recordé a la mañana siguiente que aquellas terribles especies se balanceaban sobre mi cabeza en una imagen que mi mente no podría crear despierto. Como no quiero removerles más mientras leen esto, se me ocurrió que sería buena idea hacer un ejercicio muy útil para entrenar la mente: tratar de acertar cuántas veces hemos soñado con imágenes que podrían hacerse realidad. Piensen, por ejemplo, en alguna que sea positiva y que quizá pasó por su mente mientras dormían. ¿No les parece una manera estupenda de oxigenar las neuronas? Ahora que tenemos el verano por delante, no sería mala idea que en una de esas conversaciones de terraza al atardecer nos contáramos nuestros sueños de anoche. Y no estaría de más hacer porra para saber si apostamos por si se cumplen o no. Me gusta pensar que a veces podemos despegar de la realidad con solo hacer balance de esa máquina que es nuestra cabeza, incluso, cuando estamos dormidos. El otro día alguien me contó que en ese mundo subterráneo late parte de lo que somos. No me voy a detener en teorías de expertos en interpretar lo que pasa en el interior del ser humano. A mis amigos les gusta soñar despiertos que un día estarían tomando cervezas en Menorca en verano. Y algunos ya lo han conseguido. No estaría de más que cada uno se planteara su propio sueño de una noche de verano. Prometo cenar pronto y reposar con un gintonic. Ahora me dan más miedo las serpientes.