Vanity Fair , se muestra sin disimulo rencorosillo con su exjefe e incapaz de perdonar su indiferencia y abandono. Sus palabras dan para miles de interpretaciones morbosas y habrá hecho las delicias de los enemigos de Zapatero , que, como es sabido, va acumulando mientras se apaga su estrella, cosa comprensible si los trata como dice el exministro, por más que el elegante y bondadoso Guillermo Fernández Vara opine que los socialistas que critican ahora a ZP son unos miserables. Nunca he entendido esas adhesiones inquebrantables a una persona y no a un proyecto pues considero leal y legal desconfiar de la persona si el proyecto se desvirtúa. En Radio Nacional comentaban el otro día en una tertulia plural que contaba con el flamante director de Público , un exdirector adjunto de el País y el jefe de ABC , que la Presidencia española de la UE es agónica, que en este Gobierno está pasando algo nada bueno, que el presidente acusa un prematuro síndrome de la Moncloa y que pese a sus virtudes, toda la cohorte que le rodea para decirle constantemente lo guapo, rubio, alto, bien plantado que es son una traba. Parece probado que a nadie le gusta que le digan la verdad o que le hagan sombra. Por eso opinan muchos que tanto político de altos vuelos y baja calaña se rodea de mediocres, no de eminentes, que serían quienes mejor servicio prestarían al Estado. El caso es que Zapatero aunque Angel Gabilondo lo perciba asequible y amable va dejando un rastro de cadáveres políticos: algunos se retiran pero otros, muertos muy vivos, llenos de rencor tarde o temprano querrán saldar sus cuentas. Lo lamentable es que Sevilla, más que discrepar en la gestión de ZP vaya a lo personal e utilice argumentos psicológicos de corazón despechado como que el presidente no confía en nadie, ni siquiera en Sonsoles . Huele a corazón partido y algo podrido. La política no puede ser eso.