Silvio Berlusconi dice que la mujer es el mejor regalo que el hombre ha recibido de Dios y por lo tanto jamás pondría en duda su valor. ¿Cómo podría un católico como él cuestionar un regalo de Dios? Claro, que no sabremos nunca si Il Cavaliere habla de valores espirituales o de valores materiales, o lo que es lo mismo, de cerebros pensantes o de jarrones con flores deslumbrantes. Quizá las ministras Elena Salgado y Carmen Chacón nos saquen de duda, ya que a éstas dirigió Berlusconi unos piropillos diplomáticos con típico tufillo a adulación de ligón empalagoso. Me da a mí que en aquel momento nuestras ministras pensarían que el hombre es el peor regalo que la mujer ha recibido de Dios. Por los sutiles gestos de las distinguidas damas, adivinábamos sus cáusticos pensamientos: "¡Tierra, trágalo!". Hay quien ha criticado a las dos políticas por encajar demasiado amablemente las palabras rectificadoras del mandatario italiano, pero éste las abordó en un momento inmejorable para dejarlas diplomáticamente desarmadas.

No todos los hombres somos como Silvio Berlusconi, ni todas las mujeres son como las ministras Elena Salgado o Carmen Chacón. No todos los hombres somos adinerados caballeros que vamos por la vida enseñando impoluta dentadura y lacia cabellera engominada, y decimos sacando pecho que nunca hemos pagado un céntimo por recibir la caricia de una mujer, y presumimos de obtener sexo gracias a nuestro seso. Ni todas las mujeres necesitan poner su sexo en su seso para que un hombre con mucho poder político y vocación de seductor sempiterno las elija como aspirantes a ocupar un despacho ministerial.

Uno debería pensar que Silvio Berlusconi es un buen político, a juzgar por la fe que han depositado en él un gran número de italianos, pero esa manía suya de confundir sexo con seso le descredita. Que una cosa es ocupar un cargo político gracias al seso y otra valiéndose del sexo.