Es curiosa esta moda de los programas de cazatalentos. Si uno se pasea por los canales de la televisión, no tarda en descubrir todo tipo de formatos que prometen hacer triunfar al dotado y venden aquello de que con un pequeño empujón, el que vale, triunfará. Mientras, en la vida real, el verdadero talento no sirve para nada. Los mejores se desangran entre trabajos mal pagados y emprendimientos imposibles, entre becas eternas y prácticas no remuneradas. El talento se escapa, se va, huye de este país en el que el mérito más valioso pasa por tener una familia con grandes contactos.

Por muy increíble que parezca, pocos valoran el talento. Ser bueno no te garantiza un empleo en España. Y el motivo no es que haya pocas opciones, como se empeñan en decir aquellos que justifican el mal con el fantasma de la crisis, la principal razón es que los que hay están copados por los hijos o nietos de. El último barómetro del CIS incluía la pregunta “¿Cómo consiguió usted su actual trabajo?”. La respuesta, incontestable: la fórmula más extendida en nuestro país (no es algo que ocurra en todas partes) es lograr un empleo a través de un familiar directo (padre, madre, hermano, abuelo o tío). ¿Sorprendidos? No creo.

Y no cambiamos. De hecho, estamos normalizando casos en los que jóvenes (o no tan jóvenes) con estudios excelsos y brillantes cualidades son fichados por aquella compañía extranjera o esa otra universidad americana. Porque en España no hay hueco. La fuga de cerebros, dicen, la pérdida de promesas. Pónganle el nombre que quieran, pero sepan que es algo endémico, no un fenómeno nuevo. Y parece indestructible.

Nuestro tejido empresarial parece se muestra cerrado, tradicional, conformista, sin ganas de renovarse ni innovar. Cobarde. «España está a la cola, a nivel mundial, en retención de talento y motivación laboral». Lo decía un titular sencillo y contundente. La noticia indagaba en un llamado ‘Ranking de Talento Mundial’ que elabora una renombrada escuela suiza de negocios.

Pero, vamos, que no son necesarias grandes investigaciones ni clasificaciones sofisticadas para saber que España es un país más de apellidos que de meritocracia. Al menos, nos queda el consuelo de que con este panorama no es tan grave que la formación sea cada vez peor, que la educación se esté haciendo más y más inaccesible o que conseguir becas sea toda una odisea. Y siempre nos quedarán las opciones de ser funcionarios o de ser descubiertos en un concurso de la tele.