Profesor

Escribir aquí entraña algunos riesgos. Entre ellos el de que por mucho que se intente ser respetuoso, siempre habrá personas que se molesten con lo que uno dice. Y también el que con audiencia tan variopinta, donde unos ven galgos otros verán podencos. Aun así, sería hipocresía de caballo (pobre animalito) lamentarse del peligro de opinar en público, como si ello no ocurriese por voluntad de quien lo hace. Sin mencionar que, amén de que todos tengamos un ego que cuidar, lo que uno escribe tiene algunos partidarios. Menos que detractores, sin duda, pero como estos últimos no se hacen notar, importan menos. En cuanto a los primeros, los de tu propia cuerda, no sólo te dicen que te leen: te sugieren temas para tratar. Y ello demuestra que redactar líneas como las presentes no es perder el tiempo.

Pues bien, algunos de los lectores de esta columna, que sin duda juzgan lo que escribimos atendiendo más a su generosidad que a otras razones, vienen diciéndonos últimamente que sí, que mucho meternos con el PP, que mucho criticar a Aznar y los suyos, pero que ya vemos: siempre ganan ellos. Tras lo cual, claro, no nos queda más remedio que asentir. ¿En silencio o intentando un esbozo de explicación a lo que sucede?

Es asunto delicado. Se nos podría tildar de poco demócratas si lo hiciéramos, pero ¿echaríamos mano, por doloroso que resultara, a las estadísticas? ¿Identificaríamos el cuerpo electoral, madrileño ahora, español mañana, con esa millonada de almas que forman las audiencias de los programas de televisión de mayor difusión? ¿Confundiríamos las listas de votantes con las de quienes rechazan al extraño, apedrean como culpables de horrendos crímenes a inocentes, son incívicos en la calle, autoritarios en la familia, en el trabajo? ¿Sería políticamente incorrecto decir todo esto, o habríamos de limitarnos a pensarlo y no escribirlo?

Pero, además, existen otros factores que acaso ayuden a entender lo que pasa. Por ejemplo, la tendencia instintiva, animal diríamos, del hombre a conservar lo que tiene, por poco que sea. A temer lo nuevo. A temblar ante la posibilidad de que alguien más necesitado que nosotros nos arranque un mendrugo de pan. ¿Por qué la gente normal y corriente se sentirá mejor representada por una Esperanza Aguirre, señora pija de toda la vida, que por un Rafael Simancas, hijo de la misma clase social que la mayoría de los votantes? ¿Quizá porque ella es justamente lo que sus electores desearían ser?

Por otra parte, el PSOE es un partido que aún está por reconocer como erróneos ciertos comportamientos de su pasado que pesan como una losa sobre muchos de sus potenciales votantes; es un partido carente de líderes que ofrezcan soluciones originales y no fruto del atropello y la demagogia. Un partido, en suma, que a menudo actúa más por reacción a lo que se hace desde la otra acera que por los intereses de los ciudadanos. Y no parece que ése sea el mejor camino para contar con quienes, en otras condiciones, les apoyarían. Así que en el refranero también podría buscarse una explicación para lo que ocurre. Los Aznar, Rajoy y compañeros, no precisamente mártires, no ganan porque sean buenos. Ganan porque son lo malo conocido frente a lo regularcejo por conocer.