Voy confesar algo políticamente incorrecto: a mí que la madre de uno de los guardias civiles asesinados, durante el juicio contra El Solitario , rompa las reglas, se vuelva, le llame asesino al acusado, y le intente agredir, cuenta con mis simpatías. Ya sé, ya sé, que se debe respetar la presunción de inocencia, y que hay que acatar a la Justicia, y creerse la patraña de que todos somos iguales ante la ley, los Albertos y un guardia civil, los ricos y los pobres, pero cuando las leyes permiten que los asesinos instalen tiendas en la misma casa que las víctimas de los asesinados, y cuando al guardia civil tiroteado con saña --22 y 14 disparos presentaba cada uno de los cuerpos-- nadie le dotó de un abogado para que dialogara con su asesino, que salga una madre, demostrando que la testosterona no es exclusiva de los machos, me parece muy bien, la aplaudo desde lo más íntimo, y me reconcilia con esta sociedad hipócritamente blanda, acojonada y correcta.

Las madres de mayo, y las abuelas, hicieron mucho más por la caída y el desprestigio del régimen militar, que todo el padrón del Justicialismo argentino al completo. Siempre nos quedará la sinceridad incorrecta de una madre, la rebelión de una madre que no entiende, en su infinito y sincero dolor, el barroquismo de una liturgia legal, donde en muchas ocasiones se pierde el sentido común y el legalismo se merienda a la Justicia.

Siempre nos quedarán estas alcaldesas de Zalamea, dispuestas a expresar el terrible maceramiento que representa la pérdida de un hijo, la destrucción de una vida a la que le han dedicado parte de la suya, gota a gota de sangre, y que se niega ser comparsa correcto de la ceremonia institucional. Siempre nos quedará un atisbo de confianza para pensar que todavía hay hembras que no se resignan y surge una actitud rechazable para muchos y --lo siento-- plausible para mí.

*Periodista.