Las leyendas urbanas que manejábamos para explicar el orden del mundo se han ido desvaneciendo, desmentidas por ese testigo implacable llamado crisis . Primero se derrumbó el mito de una economía de enriquecimiento instantáneo donde era posible amasar enormes fortunas sin producir nada, simplemente comprando y vendiendo hipótesis sobre lo que otros podían producir. Luego comprobamos que acudir sin hacer preguntas en socorro de las grandes corporaciones a cambio de que liberaran a sus clientes y trabajadores, tomados como rehenes, solo ha servido para asegurar sus cuentas de resultados o ver cómo nos piden nuevos rescates sin bajarse de sus potentes berlinas. De paso, se ha desmoronado esa fantasía infantil en la que los mercados, las agencias de calificación o sus acreditados publicistas, como Financial Times o The Wall Street Journal , eran portadores de valores eternos solo afectados por la racionalidad económica, nunca hacen trampas y su veredicto es tan fiable como la pareja de la Guardia Civil.

Ahora volvemos a los sospechosos habituales. A culpar de todo al Estado y a los gobiernos, por manirrotos, clientelistas o cobardes. Pero comprobamos que el despilfarro no es tanto y su control no da para mucho. O que hay menos funcionarios de los que creíamos: casi la mitad que en los países de nuestro entorno para proveer un volumen de servicios similar, cuando no superior. O que esos votantes tan despreciados por desinformados y manipulables están mejor preparados para afrontar la verdad que sus asesoradísimos líderes.

Antes de que nos obligue la realidad, deberíamos enfrentamos sin complejos a otra de esas invenciones de la economía de la señorita Pepis. Se trata de ese argumentario pueril que no aconseja subir los impuestos a las rentas más altas porque produce el efecto perverso de acabar pagándolo las clases medias, genera el efecto contrario de poner en fuga al dinero y supone una amenaza para la recuperación. Pobrecitos. Solo falta pedir una campaña para ayudarles. A otro perro con ese hueso, que después de todo lo que hemos visto y pagado ya no cuela.