Por los clavos de Cristo, qué alturas! Si mi vista columbrara y divisara la lontananza como antaño, juraría que desde donde estuvimos puestos podría haber visto, allá a lo lejos, los Picos de Europa por el norte, y el Monte de Tarik, es decir Gibraltar, por el sur. Bueno, exagero, pero vuesas mercedes me entienden.

¿Que cómo subimos hasta allá arriba? Hoy día, estos bugas van por los aceros y cortafuegos que da gloria; ahora bien, desde donde dejamos el auto hasta la tablilla de nuestro número había una varga de padre y muy señor mío. ¡Qué repecho, por las barbas del profeta! Cuando yo había subido diez metros, y echado ya los bofes por el aliento, Rodri ya me miraba desde arriba. ¡Lo que hacen los años, Jesús bendito!

Montería de tomo y lomo. Armadas por acá y acullá. Monteros veteranos y nuevos. Caballerosidad, educación y amabilidad. Gentileza de NH, que nos lleva cada invierno a que confirmemos cómo aún perdura el buen hacer de los monteros de antaño.

Yo, en el catrecillo, sumergido en un mar de jaras y lentiscos, mirando las distancias imposibles del espacio y con el oído presto. Rodri, de pie, en la raya del cortafuegos, mirando a diestra y siniestra y con el fierro en los brazos. Al cabo, voces de perreros, ladras, tiros, y además, silencio y quietud.

Algo se mueve, taimado, en la espesura, y, de repente, a cuatro pasos, una pareja de perdices se levanta, estentórea, ante nosotros y está a punto de salírseme el corazón del susto. Otra vez las voces, los ladridos, la adrenalina. Rodri, el fusil a la cara y en un tristrás, ¡pum! el cochino en el acero.

¿Qué es aquello? Don Benito; ¿y a la derecha? Villanueva; ¿y qué cordillera es aquella que se dibuja en el horizonte de levante? El Guadiana viene por una amplitud inmensa, dejando, a un lado y otro, la fértil evidencia de una llanura de regadíos.

A la junta van llegando los monteros, y en los carromatos de los tractores venados y jabalíes. Despedidos de los anfitriones, nos vamos hacia el llano, carretera y manta, mientras las sombras de la tarde van llegando de la mano de una punta de nubes pardas portuguesas. Loor a la vieja y noble tradición montera.