TDtesde los albores de la Revolución Francesa, que llegó precedida de las obras de Voltaire, Montesquieu y Rousseau , podríamos decir que la evolución histórica del ciudadano ha consistido en dar dos pasos adelante y uno hacia atrás en la lucha por el reconocimiento de sus derechos individuales. El largo camino recorrido --que ha costado guerras, sangre y muchos muertos-- retrocede al siglo XVII, cuando entramos en el aeropuerto.

Nada más traspasar los umbrales del vestíbulo y someternos a los controles de seguridad, dejamos atrás el siglo XXI y nos adentramos en los años espesos del mil seiscientos. Deberemos quitarnos la ropa, exhibir nuestros objetos personales, discutir el derecho a llevar un medicamento líquido, y permanecer en largas y tediosas filas, sea para cotejar el billete, sea para embarcar. Si la salida del vuelo se retrasa, lo normal es que durante los primeros veinte o treinta minutos nadie proporcione ninguna explicación. Y, una vez a bordo, es mejor contener los suspiros de alivio, porque nunca es seguro que vayamos a salir. En el último vuelo que hice nos tuvieron una hora dentro del aparato, porque la tripulación tenía que descansar quince minutos, y, tras el descanso, habíamos perdido el turno de despegue. Naturalmente, no podíamos usar el teléfono móvil para anunciar el retraso a quienes nos esperaban, porque eso podía molestar la comunicación con la torre de control. Cuando le dije a la sobrecargo que aquello era un secuestro, la sobrecargo corrió a avisar al piloto para denunciar que un cordero no se quedaba silencioso, y me trajo el recado de que podía apearme, si era mi voluntad. Lo toma o lo deja. ¿Dónde se ha visto que los corderos planteen reclamaciones al pastor?

De vez en cuando, un grupo de pasajeros se rebela en un aeropuerto. Y siempre tienen razón. Si los sufridos pasajeros de Air Madrid hubieran llevado a cabo algún tipo de sonada rebelión, no se habría llegado al embrollo actual. Pero la aviación civil se basa en el silencio de los pasajeros.

*Periodista