WEwl atentado del martes, con múltiples muertes, contra una base militar estadounidense en Mosul, es un nuevo aviso de la imposibilidad de que Irak celebre con normalidad unas elecciones el próximo día 30 de enero. Pero el presidente Bush, reforzado políticamente por su reelección, insiste por el momento en celebrar esos comicios, pese a que los expertos consideran que ahondarán todavía más el error que supuso la invasión de Irak. La resistencia y el terrorismo internacional han llevado al país al borde de la guerra civil. Las disputas entre los diferentes grupos confesionales tienen tal grado de virulencia que las elecciones, de celebrarse, no serán más que un simulacro de ejercicio democrático desarrollado bajo la presión de los violentos y de las fuerzas de ocupación. De una ocupación a la que se opone la mayoría de los iraquís no puede surgir ni un Estado de derecho sólido ni un compromiso estable entre shiís y sunís. Tampoco nacerá eso del terrorismo de Al Qaeda. Al insistir en las elecciones, Bush defiende más sus intereses energéticos y estratégicos que la libertad de los iraquís. Y ni siquiera consigue que sus tropas garanticen un grado mínimo de seguridad en el país. El barrizal enloda, cada vez más, a ocupantes y ocupados.