Por fin, después de siglos de perfeccionamiento y estudio, España se ha doctorado en el erudito y complejo mundo de la pandereta. Ha hecho falta un cataclismo ecuménico para confirmar las sospechas de quienes, desde hace tiempo, veían a nuestros políticos con muy poca preparación para desempeñar sus cargos. Pero esto, aunque cueste creerlo, no es lo peor. Nuestro verdadero problema es que no hay alternativa: la oposición da más miedo que los maestros de la pandereta. Se demuestra, día a día, que nadie toma las decisiones correctas, y nosotros, los gobernados, seguimos sufriendo esos errores. Parecía que no podrían volver a repetirse situaciones extremas de hambruna y penurias ya vividas en nuestro territorio en otras épocas, pero empieza a haber gente que se va a dormir sin cenar.

Para aumentar aún más la decepción y la confusión, asistimos a la pasividad de los sindicatos; al trabajador de una pequeña empresa, por ejemplo, no lo defiende nadie, cuando lo lógico sería que las centrales acudieran en su auxilio. La cara de resignación y derrota de nuestros cándidos líderes sindicales me produce estupor, o tal vez pánico. ¿Cuántos parados más son necesarios, cuántas familias sin hogar y cuántos ciudadanos sin cenar faltan para que se convoque una movilización general? Al parecer, el sonido de la pandereta nos ha hipnotizado a todos. Recuerdo las masivas movilizaciones contra la guerra de Irak, manifestaciones de unos tiempos en los que nos creíamos ricos y aparecía nuestro lado progre y más solidario. ¿Dónde están aquellas gargantas que clamaban contra la injusticia aquí y allí? Creo que están atemorizadas. El miedo es el peor enemigo del pueblo, por eso estamos tan sumisos y callados.

Eduardo Pérez Vico **

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