La reunión celebrada ayer en Jerusalén por el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, y el presidente palestino, Mahmud Abbás, en presencia de la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, no se ha saldado con resultados decisivos para el futuro de la zona: apenas ha servido poco más que para consagrar la idea, contenida en la Hoja de Ruta desde el 2003, de que la paz en Oriente Próximo debe descansar sobre la existencia de dos estados --palestino e israelí--, mutuamente reconocidos y con fronteras viables y seguras. Pero basta recordar que el Estado palestino debía haber sido una realidad, según la misma Hoja de Ruta, ya durante el 2005, para que esté de sobra cualquier otro argumento que sirva para subrayar que la más mínima manifestación de entusiasmo sobre este encuentro está fuera de lugar.

El trabajoso acuerdo de La Meca del pasado día 8, logrado gracias a la mediación saudí, en virtud del cual los dos grandes partidos palestinos --Hamás y Al Fatá-- aceptaron compartir un Gobierno de unidad, presidido por el islamista Ismail Haniya, era un capital francamente modesto para esperar mayores avances. Al mismo tiempo, el reconocimiento explícito por el Ejecutivo palestino del derecho de Israel a existir sigue siendo una condición sine qua non que Hamás se niega a cumplir y, simétricamente, la negativa israelí a negociar el estatus de Jerusalén, los grandes asentamientos cisjordanos y el retorno de refugiados alimenta las filas de las facciones radicales palestinas.

En estas circunstancias, las exigencias del Cuarteto --formado por Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU y Rusia-- deberán cumplirse para que se reanude la ayuda al Gobierno palestino, que tanto necesita y de la que tanto depende no solo para allegar un mínimo de normalidad social a los territorios, sino para su propia estabilidad.

Independientemente de la mayor o menor simpatía que tales exigencias despiertan en el mundo árabe, la reunión de ayer en Jerusalén ha confirmado que son la única alternativa al caos y la desesperación. Incluso el encuentro ha servido para reforzar la opinión expresada este fin de semana por algunos periódicos árabes moderados, que consideran conveniente la convocatoria anticipada de elecciones en Gaza y Cisjordania con el fin imperioso de formar un Gobierno palestino estable. Algo inaceptable para Hamás, que vería peligrar su estatus, pero bien visto por la dirección de Al Fatá.

Estos análisis encajan con el deseo saudí de rescatar del olvido el plan aprobado en el 2002 por la Liga Arabe. Hay que recordar que dicho plan descansa sobre dos premisas: el reconocimiento de Israel y la normalización de relaciones económicas a cambio de la rápida independencia de una Palestina pilotada por Al Fatá. La contención israelí en la crítica a Arabia Saudí obedece con toda probabilidad a una cierta coincidencia de criterio.