Mientras, en Catalunya, se sabe que las elecciones del 1 de noviembre son solo un paso necesario para instalarse en un nuevo escenario político y, en España, los focos de atención de la opinión pública van cambiando al ritmo de los acontecimientos, aquí, en Euskadi, la política vive desde hace tiempo suspendida en torno al final de la violencia, sin que nada de lo que acontece en el exterior parezca tener suficiente importancia como para quitarnos esa preocupación de la cabeza. Todo gira, y seguirá girando, alrededor del proceso. Lo peor no es, sin embargo, el aburrimiento que siempre produce dar vueltas a lo inevitable, sino la constatación de que, al hacerlo, uno se ve obligado a proceder como si estuviera palpando objetos desconocidos en la oscuridad. En efecto, el conocimiento que se tiene de lo que realmente ocurre en la marcha del proceso no proviene, por mucho que haya supuestos entendidos que se empeñen en afirmar lo contrario, de informaciones contrastadas, sino, en el mejor de los casos, de deducciones y apreciaciones razonables que cada uno se hace a partir de datos dispersos que ofrece la realidad.

XOBSERVANDOx, pues, esos datos dispersos de la realidad, y con el propósito de ordenarlos con cierta coherencia, lo primero que uno concluye es que lo que parecía estancado desde mediados del mes de agosto ha vuelto de nuevo a fluir en las dos últimas semanas. Así, tanto en los aspectos llamados técnicos del proceso como en los políticos se observan signos de movilidad. De un lado, la coincidencia entre el final de la huelga de hambre de Iñaki de Juana Chaos y el anuncio de una eventual rebaja de la petición fiscal en la causa por amenazas que contra él se celebrará a finales de este mismo mes da a entender que quienes tienen autoridad para influir en ambos frentes han optado por la fluidez y no por el estancamiento. De otro, las conversaciones entre socialistas vascos, nacionalistas y representantes de la izquierda aberzale parecen haber tomado el buen camino y prometen --de creer, al menos, lo que dicen algunos de sus protagonistas-- prontos resultados positivos.

Sin embargo, los efectos que deberían esperarse de estos supuestos avances no acaban de plasmarse en la realidad. Se nos había dicho, en lo referente al aspecto técnico, que la kale borroka no estaba vinculada a la marcha del proceso, sino a la situación del mencionado preso etarra, y que, en consecuencia, la finalización de la huelga de hambre de este propiciaría una progresiva desaparición de aquella. No ha sido así, al menos por el momento. Por otra parte, los anunciados avances en las conversaciones políticas entre los partidos tampoco parecen haber precipitado los pasos que se suponía que habría de dar la izquierda aberzale en orden a su legalización, sino que, a tenor de lo que destacados miembros de esta última siguen afirmando, los trámites para lograrla, de darse algún día, podrían retrasarse aún varios meses.

Ante este panorama tan contradictorio, uno no puede dejar de preguntarse si las dificultades que está encontrando el proceso tienen que ver de verdad con estos u otros asuntos coyunturales que intermitentemente se le interponen como obstáculos o si no obedecerán, más bien, a algún impedimento estructural que está lastrando su marcha desde el principio. Porque la realidad es que, por muchas declaraciones y gestos de flexibilidad que estén empeñados en realizar el Gobierno y los partidos democráticos, nada de ello parece demostrarse de la suficiente envergadura como para obtener una respuesta positiva de la parte contraria. Incluso lo que la izquierda aberzale aplaude un día como paso importante en el proceso se desprecia al siguiente como absolutamente insatisfactorio.

Si esta segunda hipótesis es la acertada, como personalmente creo que lo es, la atención de la opinión pública debería dejar de concentrarse en el toma y daca que se produce entre el Gobierno y ETA o entre la izquierda aberzale y los partidos democráticos vascos, para dirigirse principalmente a lo que ocurre en el seno del grupo terrorista y de quienes lo apoyan. Dijo un día, a este propósito, el presidente Zapatero que "quienes han creído durante 40 años que la violencia constituye un instrumento legítimo de la actividad política no pueden desmontar su creencia de la noche a la mañana". La afirmación no es una excusa para tranquilizar a la opinión pública sobre la lentitud con que en este proceso se producen los acontecimientos, sino que toca el fondo mismo del asunto.

En la resolución que se aprobó el 17 de mayo del 2005 en el Congreso de los Diputados y que estableció la hoja de ruta por la que debería transcurrir el proceso, se dijo que este solo podría comenzar cuando y si se diera por parte de ETA "una clara voluntad de poner fin a la violencia". En esas estamos. Las dificultades que está teniendo el proceso son, simple y llanamente, las dificultades que encuentra la izquierda aberzale a la hora de superar las contradicciones que laten en su seno a propósito de esa clara voluntad. De ahí la persistencia de la kale borroka y de ahí también las vacilaciones en torno a la cuestión de la legalización. El problema está, pues, en ellos y no en el proceso.

*Escritor