XHxace tiempo en algunos lugares, pero todavía hoy en muchos sitios, las leyes respondían a los designios del jefe, fuera éste llamado rey, líder máximo o presidente vitalicio, o utilizara cualquiera de las sutiles fórmulas para no llamarse directamente tirano. A lo largo de los tiempos más cercanos, y en lo que llamamos democracias, ha habido muchos fenómenos cuya legalidad o ilegalidad dependía de su aceptación social y sobre todo política (es decir legislativa), que no siempre se acomodaban ni a la realidad, ni a su importancia y repercusiones varias. O lo que es peor, a la defensa de los derechos individuales de los concernidos.

En una democracia debe suponerse que las leyes tratan de adaptarse a los inviolables derechos de las personas, al análisis de las viejas y siempre nuevas realidades, a sus consecuencias sociales y a la gestión de todo ello en beneficio de las libertades de todas las personas y al supremo bien social. Así, lo que antes aparecía como imposible (descanso semanal, seguridad social, pensiones...) han ido convirtiéndose en conquistas sociales gracias a la lucha de muchos colectivos que, últimamente, hemos logrado el inicio de la regulación de otras realidades provocadoras de reacciones más atávicas, como la promoción de la igualdad de géneros, el futuro matrimonio gay y los derechos de adopción de estas parejas, o el simple inicio de legislaciones relativas a la preservación del medioambiente.

Ante la realidad y magnitud de los procesos migratorios, lo ilegal es todo aquello que los legisladores definan como tal. Perogrullada. Ello no quiere decir que las leyes vigentes sean las más adecuadas para preservar la defensa de los derechos de las personas, o que contribuyan a la mejor gestión de los procesos para asegurar el bienestar. Aquí, como en tantas otras materias, el PP ha dado muestras de su incapacidad para resolver los problemas que pueden generar las realidades sociales. A pesar de defender un mundo sin fronteras, no me identifico como parte de algunas posiciones demagógicas de puertas abiertas. Para eso, queda bastante trabajo por hacer al que no contribuyen demasiado los demagogos. Pero que centenares de miles de personas, por tanto también de realidades humanas, laborales y sociales, estén sin papeles para mayor beneficio de la economía sumergida es otro admirable legado de la demagogia ocultadora de las intenciones más perversas que ha caracterizado al anterior Gobierno. Si antes cantábamos aquello de las leyes están hechas, a favor del patrón, cabe esperar que se hagan, en la Europa democrática y en la asimétrica España socialista, a favor de la sociedad, de sus necesidades y de todas las personas que formamos parte de ella.

Sé perfectamente que las respuestas no son fáciles. Pero más que por otros gestos, mediremos la capacidad de los nuevos gobiernos por cómo respondan a los que, hoy por hoy, son carne de diversos cañones, xenófobos u oportunistas. Hacer frente a los retos del fenómeno migratorio es y será complejo, ante una realidad interna difícil y una externa marcada por la desesperación creciente de demasiadas personas y la arrogancia militar de algunos socios. Espero que el Gobierno de Zapatero sea capaz de mostrar tanta determinación para enfrentarlo, como ha hecho en otros asuntos importantes.

Al fin y al cabo, sólo se trata de hermanos nuestros que, como millones de los nuestros hace tan sólo unas décadas, andan buscándose la vida donde piensan que pueden encontrarla. Y que no son los más responsables del mundo que les ha tocado vivir.

*Escritor