Filólogo

No hay papeles, --dicen--, ni un mal garabato, ni un mínimo apunte en un expediente del ayuntamiento cacereño; ni nombre, ni domicilio, ni profesión, ni estado civil del gestor ni de los beneficiarios, ni estudios previos ni de resultados: la carpeta vacía.

--Que pongas una carpa en el ferial, que lo demás lo arreglo yo, le soltó el concejal al jefe de mantenimiento.

El concejal, hombre de cártel y castas, munícipe de Localias y explicaciones al contado, lo arregló al margen de las reglas y cuando la oposición, fisgona e ilustrada, quiso leer algo sobre la carpa, ni un papel que llevarse a los ojos.

Un expediente sin papeles se parece, de entrada, a uno de los hijos del Estrecho llegado en patera: flaco, oscuro y huidizo, buscándole siempre las vueltas a la Guardia Civil para que no le empapele. Un expediente así, no deja, como el de la patera, huellas y por eso no es fácil investigarle, algo que de hacerse podría llevar a más de uno a la puerta del juzgado primero y a la expulsión directa después.

Por prudencia al menos, podrían haber rellenado el expediente con papel estraza, que aísla mucho del mal olor, y no empecinarse en mantener a todo trance el principio de que si no hay papeles a uno no le pillan.

La cosa parece clara: las concesiones verbales no dejan huella, son más arbitrarias, dan mejor cobertura a la familia, a las amistades y parientes y permiten una velada mezcolanza entre lo público y privado, algo de la que se habla, sin parar, paseo arriba paseo abajo, en Cánovas.

Lo que podría haberse vendido como ahorro del ayuntamiento en papel, no ha servido más que para alborotar al personal y producir ácidos pinchazos marbellíes en el estómago del experimentado corregidor, que, reñidor, se ha lanzado, a su edad, de cabeza al duelo: --por ese camino, me encontrarán.

--Pero tenga cuidado: si va sin papeles, cualquier guardia le llevará, como mínimo, a comisaría.