El enésimo debate parlamentario sobre la crisis económica se ha saldado como en anteriores ocasiones con un nuevo anuncio del presidente del Gobierno --la oferta de un gran pacto encabezado por la vicepresidenta económica--, al que el líder de la oposición no ha sabido responder más que con la retahíla de descalificaciones a las que nos tiene acostumbrados. Aunque muchas de las críticas vertidas por Mariano Rajoy podrían ser suscritas por la gran mayoría de los españoles, estos también demandan cada vez más consenso para afrontar la crisis más grave de los últimos 30 años. Así lo supo interpretar el Rey Juan Carlos y José Luis Rodríguez Zapatero ha tenido la habilidad de responder a la demanda social con la oferta de un diálogo sin condiciones previas para alcanzar acuerdos en cuatro cuestiones clave para el futuro de España.

Aunque es más que legítimo dudar de la sinceridad del presidente, dados los precedentes y la falta de implicación personal en la negociación --lleva más de un año sin convocar a Rajoy--, la alternativa no puede ser invitar a la bancada socialista a despedir a su jefe. Si el hombre que debe encarnar a posibilidad de un recambio no dispone de los votos ni es capaz de lograr aliados para imponerse, no le queda otra opción que intentar alcanzar acuerdos que ayuden a salir adelante al conjunto de un país fatigado, casi hastiado, de las riñas partidistas. O al menos debería evitar la torpeza de descartarlos a priori.

Pero la falta de cintura parlamentaria de Rajoy no debería llevar a que Zapatero se confíe. No hay más que recordar la reciente crisis de desconfianza de los mercados y los organismos internacionales en la economía española. Los ciudadanos se sentirían con razón decepcionados si, cuando la comisión presidida por Elena Salgado acaba sus trabajos, descubren que la oferta del presidente era una nueva maniobra de distracción y si antes del verano no se ha iniciado la ejecución del plan de reformas que la gran mayoría considera imprescindible. Aunque el éxito de la comisión depende también de la actitud constructiva o no que adopte el principal partido de la oposición.

La deuda no deja de aumentar y la falta de competitividad de la economía española es un lastre cada vez más pesado. Nada de eso se arregla con los venturosos vaticinios en los que recae Zapatero una y otra vez. Pero tampoco con la actitud negativa del que solo espera ver pasar por delante de la puerta el cadáver del enemigo.