TOtcurrió en una de las interminables colas de una de las cajas de una gran superficie comercial. Yo era el último, pero enseguida se colocó detrás de mí una señora de unos cuarenta años. La observé con cierto disimulo, casi de soslayo, y me di cuenta de que no tenía mal aspecto --en el sentido estético de la palabra--; quizá demasiado refinada para mi gusto.

Después de la breve inspección a la dama volví a mis pensamientos y a mis cosas; a desear que la cola fluyera con rapidez, a llegar a un trato con mi impaciencia para que no se apropiara a traición de mi paciencia.

La aburrida escena no tardó demasiado en animarse para mí, porque en nuestra cola se colocó otra dama de similares características a la que me seguía y la saludó con efusividad. Supe que la recién llegada se llamaba Adela , y la otra Mariola . Como suele suceder cuando dos conocidos se encuentran en una superficie comercial a la que se acude por necesidad, se transmitieron su pesar por verse donde se estaban viendo y por hacer lo que estaban haciendo: la fastidiosa compra semanal. Luego la tal Mariola le preguntó a la tal Adela que qué tal le iba a su marido con el negocio de las máquinas recreativas. La tal Adela contestó que mejor imposible, que ya no vivían en el pequeño piso del barrio de las Angustias, que se habían comprado un chalé monísimo en la urbanización Las Colinas. La tal Mariola volvió a preguntar que si habían tenido más hijos, o seguían sólo con Javier . La tal Adela contestó que sí, que habían tenido una niña, Lucía , que había cumplido cinco años hacía dos meses.

Luego comenzó a hablar de lo estresada que estaba: "No tengo tiempo para nada Mariola, entre los niños, las compras, el gimnasio, sacar a los perros, las clases de golf", estoy atareadísima, no paro. Y eso que ahora tengo una empleada de hogar ecuatoriana que es eficientísima y sabe hacer de todo; eso sí, la he tenido que asegurar, pero qué quieres que te diga, merece la pena. Porque ya he tenido varias y a cual peor. Una me sisaba casi todos días y yo como soy un poquito descuidada para el control del dinero no me daba cuenta, hasta que un día noté que me faltaba un billete de veinte euros de un cajón; se me ocurrió tenderle una trampa dejando una moneda de dos euros encina de una estantería y la pillé, cuando regresé a casa la moneda había desaparecido. Luego me enteré de que era ludópata y se lo gastaba todo en máquinas tragaperras. A otra la sorprendí una mañana con su novio en el salón, estaban sentados en el sofá, a saber lo que habían estado haciendo. Otra llamaba por teléfono y no se acordaba de colgar, venían unas facturas de escándalo. En fin, que hoy en día es muy difícil encontrar una chica competente".

"Sí, la verdad es que ya no es igual que cuando tú servías en casa de mis padres", replicó la tal Mariola.

*Pintor