Vivimos en una sociedad con claros síntomas de esquizofrenia: alteración en la percepción de la realidad, falta de su conciencia, delirios, etcétera. Una parte de la sociedad consume ingentes cantidades de dinero para adelgazar y, otra, compuesta por millones de individuos, está exenta del problema porque no come. El sistema financiero se asienta en los bancos, los bancos desencadenan las crisis, pero les premiamos con subvenciones para que nos saquen de ella. En cualquier ciudad hay miseria y pobreza, pero un gran número de personas decide ayudar a los mendigos que viven a miles de kilómetros de distancia. Justicieros, exigentes con la honestidad de los demás, cometemos pequeñas corrupciones en nuestras empresas como si las llevara a cabo otra persona. Valientes y aguerridos en el bar, casi generosos, miramos hacia otra parte cuando al compañero de trabajo se le persigue, se le acosa y se le acorrala. Apenas se cocina en las casas, pero nunca hubo tantos canales de televisión dedicados a la cocina. Aborrecemos de la telebasura, pero esos programas alcanzan audiencias millonarias, mientras los dedicados a la cultura agonizan en medio de una casi absoluta soledad.

Para esta sociedad esquizofrénica nada mejor que un esquizofrénico contrastado, sin percepción de la realidad, con delirios incluso históricos. Creo que tenemos el presidente más adecuado. Negar ayer lo contrario de lo que va hacer mañana se corresponde con la ortodoxia esquizofrénica, y el delirio anterior sobre nuestra riqueza nos tranquiliza y nos conduce al descubrimiento de nuestra pobreza actual.

Mantengo la fe y confianza en la intuición de las masas --siempre y cuando no sean argentinas-- y está claro que tenemos el presidente más adecuado a nuestro esquizofrénico país. Todo país necesita una persona providencial que le salve, y aquí tenemos a Zapatero . Después de él sólo podrá gobernarnos un psiquiatra.