Ley, justicia y política. La ley no tiene por qué implicar justicia. Tampoco ha podido nunca eliminar una narrativa política. La ley debe ser acatada, pero también puede ser ignorada y, si es necesario, cambiada. No es universal ni eterna. Como tampoco lo son las naciones.

Era Yugoslavia país de referencia hace unas décadas y hoy sus restos son seis protectorados a elegir entre Occidente y Rusia --siete si se cuenta a Kosovo--, guerra fratricida de por medio. Y aun así el nacionalismo, las banderas y los orgullos locales continúan con toda su fuerza en Europa. Difícil es encontrar país que no cuente con su movimiento secesionista.

Legítimo es el derecho al autogobierno y defender la capacidad democrática de los ciudadanos. Pantomima es vender la independencia como el maná contra todos los males.

En este circo cada vez más grotesco en el que se están convirtiendo nuestras llamadas democracias se olvida poner en escena al actor principal. A la mano invisible. A ese mercado tan libre que actúa sin piedad y sin ningún tipo de control ante la imposibilidad, voluntaria o forzosa, de los gobiernos.

¿Es posible que lo que no consiguen los gobiernos de los Estado-nación de la actualidad lo puedan lograr sus hipotéticos derivados regionales? ¿Es la independencia la salida a este sometimiento? La lógica dicta que los pueblos unidos deberían ser más fuertes.

Es increíble que los que hablan de justicia social la busquen a través de la división y la ruptura.

Es un oxímoron definirse de izquierdas y envolverse en banderas. Querer deshacerse de una élite para en su lugar colocar a otra.

Mientras que las democracias occidentales continúen amordazadas por el poder del capital de nada sirven las urnas, legales o ilegales, salvo para alargar la pantomima.

No se les puede reclamar una soberanía que hace tiempo perdieron. Ahora bien, si así se justifica el trabajo de sus señorías, retroalimentándose en acusaciones mutuas, continúen.

El Banco de España ha dado por perdidos 40.000 millones de todos los contribuyentes para el rescate bancario.

Los sueldos de los trabajadores están completamente estancados.

La desigualdad sigue en aumento, aquí y en todo el mundo.

Pero nada, que siga la soberana farsa.