Profesor

Empezaré por reconocer que en la asignatura de la guerra soy un alumno con necesidades educativas especiales. Verán ustedes: No entiendo que para derrocar a un dictador haya que masacrar a los que padecen la dictadura. Dudo de que hubiera resultado tan fácil esgrimir razones para aplaudir el hipotético bombardeo de nuestros pueblos y ciudades por una potencia extranjera, aun con la justificación de habernos liberado del franquismo, y lo que resulta increíble del todo es que lo hubieran hecho reconocidos franquistas y algunos de sus herederos que ahora se nos muestran como padres de la democracia.

Me cuesta entender que algunos pretendan exportar modelos de respeto a las decisiones de organismos supranacionales cuando ellos no admiten que sus soldados sean juzgados por la justicia internacional, no refrendan la aceptación de normas comunes en defensa del medio ambiente mundial, interpretan unilateralmente las resoluciones cuando la mayoría no se alinea con sus opiniones, no consienten que otros dispongan de armas de las que ellos alardean y declaran la guerra cuando la ciudadanía grita a favor de la paz.

No me entra en la cabeza que otros quieran aparecer como embajadores de la libertad cuando en su casa se manipula la información, la policía provoca desórdenes para agredir a los pacifistas, se reforma la justicia adecuándola a intereses partidistas, se impide la libertad de expresión y se obstaculiza el derecho a la acción política en determinadas autonomías.

Si defender esta guerra es sinónimo de ser líder mundial, estratega sin parangón, visionario del futuro, presidente sobredotado, creo que en nuestro país con un presidente ¿más tonto? hubiésemos tenido bastante.

Señor Aznar, ¡váyase a la paz!