Nos encontramos inmersos en una sociedad que se está transformando. ¿Estaremos pasando por un proceso de cambio lento que nos lleva más allá de lo tangible? Antes, cuando yo era pequeña, recuerdo estar alguna vez en casa y notar cierto olor a comida chamuscada procedente del piso de algún vecino. Entonces, salía rápidamente para interesarme por la salud de mis convecinos. Las cosas han cambiado; nadie se preocupa así por los demás. Si un ciudadano está felizmente en casa y algún desagradable aroma, ya puede ser ligero o no, irrumpe y afecta a su máxima situación de bienestar, entonces, sí, entra en acción. Pero no va a preguntar a su vecino si todo va bien. No. Va directamente a tramitar la correspondiente denuncia, alegando que alguien está perturbando la paz de su casa, ya que cocina a deshoras y causa olores desagradables.

Cuando era pequeña, deseaba que llegara el día de mi cumpleaños para repartir caramelos; uno para cada uno. Ahora, que a ninguna madre, padre o tutor se le ocurra poner en la mochila de los niños caramelos, pues, al parecer, provocan caries. ¿De qué deben estar hechos? Y si alguna madre, padre o tutor sustituye los caramelos por un pastel casero, hecho con todo el cariño, ¡cuidado!, siempre habrá alguien a quien no se le ocurrirá otra cosa que preguntar a quién podrá reclamar, por si el producto no está en buenas condiciones. Crece la desconfianza. Si las cosas continúan así, pronto veremos en los bolsos y mochilas de la gente el Código Penal para, si fuera necesario, actuar de manera rápida contra algún sospechoso. No suelo rezar, pero tendré que empezar a hacerlo para que estos sucesos, por ahora esporádicos, no comiencen a extenderse.

Gema Rodríguez Rivas **

Correo electrónico