Sofía es una heroína de Cáceres, que tuvo una experiencia tan dura, como extraordinaria en su comportamiento. En fechas recientes fue homenajeada en Cáceres por su actitud en el intento de salvar la vida de su padre. Apareció acompañada de su madre, con una larga sonrisa para recoger el galardón y el aplauso de todos los que la homenajearon por su excepcional gesto. Una niña con una sonrisa tal, capaz de darnos respuestas a tantos y tantos interrogantes, respecto a lo excelente que puede llegar a ser el ser humano.

Esta pequeña gran heroína fue marcada por un destino, que le arrebató lo que nunca le debiera haber sucedido a tan temprana edad. A pesar de lo ocurrido despertó en ella un sentido de responsabilidad y de compromiso, que ha provocado en muchos, admiración y referencia. No recuerdo bien el autor del aforismo que decía: «cada ser humano es un ritmo propio en el universo». Sofía nos dio la medida de su propio universo, la de una niña con felicidad perpetua, que demostró la solidaridad del amor hacia su padre.

Es de valorar que la propia policía de Cáceres haya considerado ese gesto como algo a destacar, algo a valorar y poner de manifiesto en una sociedad, demasiado agotada en noticias empecinadas en darnos actitudes en negativo. Y ahora nos damos de bruces con Sofía, que dejó de jugar en aquel instante en el que observó que su padre ya no era su compañero de juego y salió a reclamar esa ayuda. Un instinto de amor, solidaridad y valentía a esa edad tan incipiente que merece ser recordado, y visualizado como una de esas historias con mayúsculas de las denominadas intrahistorias de nuestras ciudades.

Me imagino que para su madre, la otra protagonista, no habrá sido fácil tener que recordar hechos y acontecimientos de la ausencia de un padre y marido, pero en todo ello cabría decir, por mor de esos hechos de la vida, que en frente tiene ante sí a un ser con un gesto heroico, que nos hace vislumbrar la capacidad de humanización del ser humano.

SIEMPRE se dice de los niños que constituyen el mejor recurso del futuro y la esperanza de ese mismo futuro. Pues bien, la pequeña Sofía ya es un emblema de ese esperanzado futuro. Actuó, peleó y nos conmovió. Fue su sonrisa al ir a recoger el galardón, que observamos, en mi caso, a través de los medios de comunicación, la que delató a una niña feliz; al mismo tiempo, una persona que irradia todo tipo de sentimientos positivos.

No es fácil y será fácil en esa familia compatibilizar el dolor del ser querido que se fue, con el gesto de valentía de Sofía. Pero, al menos, queda el rostro y la memoria de un progenitor que enseñó bien a su hija.

Describir los sentimientos de la pequeña Sofía no es fácil, ahuyentar lo que provocó su gesta tampoco será fácil. Queda el patente gesto de una valiente, la mirada decidida de una sonrisa inocente. Y queda el agradecimiento de una sociedad que no debe dejar de corresponder este tipo de acciones. Son tan importantes estos gestos que no deben ser obviados, ni olvidados. Porque conforman el iter de esta sociedad que, en demasía, viene describiendo hechos y acontecimientos no siempre positivos.

Por esto hay que reivindicar una y otra vez lo que hoy la historia de Sofía nos ofrece, además de describirnos una gran sonrisa, entrañan la capacidad de amor y de sentimientos hacia sus progenitores.

Una mirada limpia, un gesto decidido, y una vida para vivir ya resultan dotes magníficas para hacernos creer a todos, que la niñez no sólo es una etapa de una vida, sino es la esperanza que nos hace confiar en generaciones futuras, dentro del paradigma de un futuro que se puede vislumbrar, pero que nunca se llega a palpar.

Bravo a Sofía, y gracias sus padres por habernos proporcionado a este pequeña mujer, con tamaña valentía, y deslumbrante sonrisa.