La literatura está cargada de referencias a ella. Y no son pocas las canciones que tratan de describirla, regando con melodías las letras solitarias. Son, igualmente, muchos los que la han tratado de retratar a través del objetivo de una cámara, y no siempre en blanco y negro. Y, también, múltiples las obras cinematográficas que la han reflejado en esos espejos de grandes dimensiones en los que parecen haberse convertido los televisores y las pantallas de cine. Porque, ahora, casi llama más la atención lo vivido que aquello con lo que soñamos. Por eso, donde antes se encontraba la tan ansiada evasión, ahora se hallan bastantes retazos de una realidad que duele aunque se presente a modo de farsa. O sea, que ese estado del alma, que es la soledad, ha sido analizado y descrito desde casi todas las perspectivas y ángulos posibles. Pero, por muy trillado que parezca el tema, no deja de ser objeto de la reflexión de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad. Más que nada, porque es uno de esos miedos que atemorizan a la gente que la padece, sí, pero también a quien la vislumbra en el horizonte, y hasta a aquellos que la miran de reojo, aun cuando están disfrutando de la compañía de los seres amados. Así lo atestigua un estudio de las fundaciones ONCE y AXA, que ha sido publicado recientemente.

En él, se recogen datos que dan una idea bastante aproximada del alcance del problema, ya que revela, por ejemplo, que unos 4 millones de españoles se sienten solos con mucha frecuencia. Y esto en una sociedad supuestamente ultracomunicada en la que, aparentemente, existen más medios que nunca para relacionarse con los demás. Cuando uno contempla datos tan estremecedores como estos, se da cuenta de que este vodevil de mensajes, videollamadas y tarifas planas sólo son el aderezo de una sociedad hedonista, narcisista y cada día más deshumanizada.