Cuatro millones de personas se sienten solas en su día a día. Así se desprende de un estudio hecho público esta semana y del que da cuenta un grupo de expertos que ha investigado en ello. Aunque a veces ocurre que nos dejamos sorprender por un dato, pasa también que la evidencia queda confirmada con solo echar un vistazo a la calle. Me gusta pasear por las ciudades para comprender mejor dónde están los porqués de la vulnerabilidad humana que hacen que una cifra o un porcentaje puedan tener razón y eso sea real. Quizá esa fuera la mejor manera de saber que la vida siempre espera ahí afuera, al otro lado de la ventana desde la que miro cada día sentado frente a este ordenador. Y a veces, esa realidad se topa de frente como quien supiera que, a grandes dosis, la soledad también está presente en el día a día. No importan ni su nombre ni apellidos. Perdió la noción del tiempo, de la realidad, hace mucho. No es una historia triste. Solo vital. Brutalmente vital. Cada tarde, cuando le ven llegar a la habitación del geriátrico, parece que recupera el gesto, que sus reflexiones van a ser ordenadas... Pero no. Todo es un espejismo, igual que la memoria que ya flaquea hasta el punto de haberse convertido en una enfermedad. Y allí están todos, delante, para asistir a la ceremonia de la confusión cuando una cabeza funciona ya sin orden ni razón. Y esa soledad que aparenta es la que luego se convierte en cariño cuando siente de cerca la empatía de otra persona, la que le hace dependiente y vulnerable al afecto y los cuidados de los demás. Alguien escribió en Facebook hace unos días que la gran asignatura del ser humano es saber envejecer. Me pareció que daba en la diana porque pocos aciertan a conocer cuándo llega y atenaza. Porque la vida rodeado es siempre la mejor terapia contra uno mismo.