La brutalidad empleada por la policía en las cargas contra los estudiantes de Valencia manifestados en contra de los recortes en educación (todo comenzó porque tenían que llevar mantas al instituto Luis Vives para no pasar frío), es reflejo de un sistema que no gusta de las voces críticas, y menos aún cuando estas provienen de aquellos que han sido educados en la convicción de que la democracia permite el disenso y la protesta.

Empeñado en educar borregos y niños bien que sigan la pauta políticamente correcta del sistema electoral para mostrar su disconformidad, el Estado se empeña en reformar la ley de educación cada vez que se cambia de signo político a sabiendas de que el alumnado de hoy día es el electorado de mañana, sin atender a necesidades básicas de reforma como adecuación de instalaciones, gratuidad de la enseñanza, acceso a la misma, dignificación del profesorado, etcétera. Todo ello con el fin de mantener un status quo que permita a una clase política y económica que no sufre la crisis ni los recortes, sino que más bien los gestiona a su antojo sin tener en cuenta a la ciudadanía, seguir gozando de una serie de prebendas, trato privilegiado y libre disposición del dinero y de los recursos públicos.

El miedo reflejado en la cara de los estudiantes retenidos, perseguidos y aporreados en Valencia no puede ocultar la realidad de la protesta, que continuará y es de esperar que se extienda en bien de un sano ejercicio de libertad colectiva e individual, tan necesario en nuestros días, en la convicción de que los y las estudiantes, a diferencia de lo que puedan expresar los mandos policiales y quienes los manejan, no son el enemigo, sino una promesa de futuro en libertad, igualdad y fraternidad.

Chema Alvarez **

Montijo