THtay quien está sufriendo duramente en sus carnes la crisis, quien sabe que la tiene guardada en los cajones de los muebles de su casa, asida a los toalleros, envuelta ahora en el papel de aluminio que antes servía para conservar su bocadillo de asalariado, colgada en las perchas del armario junto a flamantes trajes de boda con olor a naftalina y a rudos pantalones vaqueros multiuso. Son esos que hace unos meses andaban con paso firme hacia el trabajo y ahora pasean encogidos y descorazonados, en busca de algo o alguien que les asegure que están viviendo un mal sueño del que tarde o temprano despertarán.

Hay quien se llena la boca de la palabra crisis para agrandarla y esparcirla por todos los rincones con fines partidistas o intereses determinados, como algunos políticos; o algunos empresarios que aprovechan esta inmejorable oportunidad para despedir a obreros que han entregado a su empresa muchas horas de trabajo --a cambio de un salario más o menos digno-- durante muchos años de su vida y ahora se ven en la calle, a una edad tardía.

Hay quien guarda en su casa la crisis en forma de psicosis y ha comenzado a aprovisionar dinero en vez de sentido común. Son esos ante los que la crisis pasa de largo, pero ellos la saludan. Esos que se hurgan el bolsillo y tocan las mismas monedas que se tocaban hace un año. Esos que con su comportamiento están haciendo un gran favor a la crisis y ningún beneficio a la economía.

Si los que aún no hemos sentido verdaderamente los efectos de la crisis entramos en la dinámica del ahorro injustificado y dejamos de comprar enseres o contratar servicios que no consideramos imprescindibles, o gastar en ocio tal como lo hemos hecho hasta ahora, muchas pequeñas empresas comenzarán a cerrar y ello conllevará que más gente aún se quede sin trabajo.

La crisis es una bestia que quiere ir engordando y la insolidaridad forma parte de su dieta.