Es cierto que el aire, en estos días, lo impregna todo de un mayor deseo de ser mejores. Pero una cosa es que así suceda, realmente, y, otra, que todo siga igual. Es evidente que la Navidad viene a ser como una tregua en nuestros desencuentros, pero que, continuada en el tiempo, sería como una hermosa utopía. Mientras tanto, y capitalizando este paréntesis, pediremos que, en estas fechas de belenes y de papás Noel, los errores se aminoren y la corrupción se atempere, se disminuya la pornografía y desaparezcan los rencores; sobre todo, que termine la noche negra de esta crisis que a tantas familias tiene aherrojada en amarga situación. Al tiempo que la bondad se acreciente, brille la solidaridad, los afectos se hagan más cálidos, el orgullo deje paso a la modestia y la arrogancia a la humildad.

Pero, ¿por qué, en estos días, tiene lugar esta aparente metamorfosis? La teología cristiana proclama que la Navidad es el mensaje de Amor que Dios pone en el corazón del hombre; y ello es como su gran tregua, que nos llega como el agua clara en una tarde de verano. Si esto no fuera así,¿por qué razón pueden sentir, hasta los agnósticos, tales frutos, como lo corrobora el Nobel, José Saramago, quien escribió: "Cuando hablo de Dios, de la religión o del cristianismo, hablo de algo que ha hecho de mí la persona que soy, porque he nacido en un entorno cultural, empapado de lo que es el cristianismo".

Lo que presupone que la Navidad, a pesar de todo, llena algo ese vacío que pueda dejar todo progreso humano que, casi siempre, redunda en provecho de unos pocos. De todas formas, la Navidad nunca sería un paréntesis mágico, si su espíritu calara en cada uno de los sectores de la sociedad, en el hombre de la calle, en definitiva, quien está cayendo en un relativismo desaforado, sin referentes a qué agarrarse. La Navidad sería más que un paréntesis mágico, si todas las naciones disfrutaran de derechos humanos, fueran erradicadas las dictaduras, terminaran las guerras, las torturas y las cárceles inhumanas; que ETA se disolviera, desaparecieran las colas del hambre, se detuviese la fiebre nacionalista, se canalizara el consumismo desaforado, y que judíos y palestinos se unieran en la misma tierra donde nació ese Hombre-Dios, fuente y raíz de la Navidad auténtica que todos estamos deseando-Mas esto, por ahora, no sucede así, por lo que la Navidad, con toda su grandeza, quedará reducida a ese paréntesis mágico del que hablamos, por muchas iluminaciones que pongamos en nuestras calles y por muchas cabalgatas de Reyes que orquestemos. Con todo, nunca deberemos renunciar a la esperanza.