TUtna de las mejores experiencias de los últimos tiempos ha sido conocer los hábitos de mis amigos solteros. Sí, sin pareja estable que llevarse a la boca aunque por la noche hagan de las suyas. El otro día, de cena en casa de uno de ellos, descubrí cómo se puede desarrollar el ingenio gastronómico hasta el punto de, con unos pocos ingredientes, bordar un bacalao a la dorada. Y si hay un buen vino encima de la mesa, para qué contarles más de cómo acabó la cosa. Otros, tan felices, disfrutan de un maravilloso paisaje desde su ático, aunque la barbacoa eléctrica no sea aún su fuerte. Es cuestión de tiempo y de leerse bien el libro de instrucciones. En ocasiones sorprende ver el dominio que tienen en el arte de pelar gambones y de abrir latas de cerveza con una rapidez inusitada. Hasta algunos de estos solteros se atreve a confesar que dedica parte del domingo a la limpieza doméstica antes de ponerse a cocinar para la familia en el campo. ¿Y qué decirles de los especialistas en bricolaje y arreglos caseros? Es todo un lujo poder encontrar, a precio de saldo, a alguno de estos singles haciendo chapuzas que, de otra forma, se habrían olvidado. Gracias a ellos ya no hay grifos sin apretar ni habitaciones sin pintar. Y ya les digo: con unas cañas, todo solucionado. Pero lo más divertido viene cuando se celebran los cumpleaños. Me alegra observar cómo cada vez los regalos tienen más que ver con el deporte --sobre todo, ropa-- y de qué manera van perdiendo fuelle los más clásicos. De colonias o camisas ni hablamos. Hace unos meses llegaron a presentarse con una bicicleta en una de estas celebraciones como quien no quiere la cosa. Y el afortunado no ha dejado de dar pedales desde entonces. Tener un amigo soltero tiene muchas ventajas. Que se lo digan a ellas.