La sombra del cobarde atentado del viernes en Arrasate (Mondragón) planea sobre las votaciones de hoy. Pero todo indica que, pese a las balas, la normalidad democrática va a presidir la jornada electoral. No podía ser de otra manera en una sociedad avanzada como la nuestra y acostumbrada, por desgracia, a convivir con la lacra del terrorismo. Es, además, poco probable que el vil asesinato de Isaías Carrasco haya hecho cambiar el sentido del voto de una parte significativa del electorado, porque el atentado no se cometió contra un partido o contra otro, a favor de una política o de otra. Solo obedece a los impulsos del fanatismo y la sinrazón.

Dicho esto, la jornada electoral de hoy merece ser analizada desde parámetros estrictamente ceñidos al ámbito de la política democrática. Y ahí nos encontramos con que esta cita con las urnas aparece como una posibilidad de acabar con cuatro años de casi insoportable crispación. Los que van de la victoria socialista del 14 de marzo del 2004, tres días después del salvaje atentado de los trenes en Madrid, hasta una campaña en la que los debates televisados han mostrado la confrontación a cara de perro entre los candidatos del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, y del Partido Popular, Mariano Rajoy.

La dureza de la legislatura 2004-2008, sustentada en asuntos tan dramáticos como el desenlace judicial de la masacre del 11-M y el fallido proceso de diálogo con ETA, forzosamente tenía que decantar el actual proceso electoral hacia una bipolarización entre socialistas y populares, en perjuicio del resto de las formaciones políticas, tanto estatales como periféricas. La celebración de los dos cara a cara televisados durante la campaña, rodeados de una enorme expectación, han terminado de remachar el clavo de un esquema bipartidista.

Es cierto que los 35 millones de ciudadanos llamados hoy a votar tienen que decidir entre la continuidad de Zapatero al frente del Gobierno o su sustitución por la alternativa que representa Rajoy. Negar que esa es la principal incógnita que quedará dilucidada esta noche sería absurdo. Pero hay también otras incógnitas muy importantes. Entre ellas, con qué apoyos --si es que, como parece, nadie consigue la mayoría absoluta-- va a gobernar el partido que obtenga más escaños. Y ahí entra de lleno el resultado que alcancen formaciones como CiU, ERC o PNV.

La participación ha sido el caballo de batalla durante la campaña. La izquierda ha buscado un clímax que garantizara que las capas más desencantadas se decidieran por acudir hoy a las urnas. Las encuestas pronostican que en parte lo han conseguido. Pero tienen en contra un desánimo que viene de lejos y que, según parece, ha tratado de explotar el PP planteando, dicho en términos futbolísticos, un partido trabado que deje de interesar al espectador.

Fieles a nuestra línea editorial, reiteramos el llamamiento a acudir en masa a las urnas. No solo porque la alta participación refuerza la democracia. También porque unas elecciones con baja abstención son el mejor baño contra el desaliento. También contra quienes en el País Vasco propugnan no votar porque así lo han decidido los ideólogos de ETA. Nos sumamos, en este sentido, al emocionante llamamiento hecho ayer por la hija del exconcejal asesinado en Arrasate, quien pedía un voto masivo para demostrar a los terroristas que no vamos a dar "ni un paso atrás". Frente a los agoreros que señalan que los problemas de España no tienen remedio, hay que decir hoy con la misma rotundidad de siempre que la solución está en las urnas.