XMxe imagino a los sembradores del terror, afanados en asombrar con ríos de sangre, y me desvela ese afán por matar vidas humanas, como si nada. No lo entiendo por más que me interrogo. Asesinar a diestro y siniestro, linchar a toda mecha, manchar el aire de odios y venganzas, clama al cielo y nos llena de terror. El abecedario se queda sin palabras y el corazón escribe a golpe de rabia. Difícil resulta serenarse cuando la calle se convierte en un cementerio y la vida de cualquiera es arrebatada, segada y trillada, porque a un tipo, o a una organización terrorista, le viene en gana.

Me imagino a esas víctimas, ya en la puerta de la eternidad, viendo a su tierra y su gente, presa por el espanto y apresada por el miedo. Es hora de acciones firmes y de opciones de vida. El desprecio a la existencia, a no dejar vivir, es una atmósfera de mortajas y sudarios que nos dejan sin aliento. Nada justifica la muerte. Nadie es dueño de la vida de los demás. El brutal asesinato de Madrid nos ha de poner en alerta una vez más. Hemos de tomar la calle todos a una, unidos en silencio como nunca, para que la paz hable por sí misma. Y luego, desde la familia y centros educativos, hemos de apostar por educar para la vida. Es la mejor de las calidades docentes, la cualidad del amor. También, los grandes medios de comunicación social, que son el gran poder actual, deben promover menos violencias y más sanos valores humanos.

Me imagino a esas familias destrozadas para siempre y, no puedo por menos, que secarme las lágrimas y tragarme sus llantos. La granizada de sangre servida por las televisiones, radiada por radios, o impresa en periódicos, nos muestra la cruz del terrorismo, el calvario del tormento que nos atormenta la pacífica convivencia. Como el poeta, sigo pidiendo la paz y la palabra, para que los atentados dejen de tentarnos y los terroristas dejen de matarnos a sangre fría, en cualquier esquina, como si la vida fuese de ellos. Así de claro y así de negro. Qué tristeza más triste, la de este día once de marzo, en que Madrid es un océano de llanto, un río de desconsuelos y un manantial de penas. ¡Cuántos corazones destrozados! Se parte el alma y la vida, de tanta muerte vivida. Un calmante para vivir, por favor --le oí decir a un octogenario que ha vivido la incivil guerra--.

*Escritor