Me cansa el juego de confrontación pública-concertada que los grandes sindicatos han fomentado como si fuéramos enemigos irreconciliables. A mí me compensa trabajar en una escuela concertada. Mis compensaciones no son, evidentemente, de tipo económico, sino de tipo profesional y personal. Ya peino canas y hasta ahora estaba orgullosa del legado educativo que heredarían nuestros nietos: una sociedad que apostaba por la igualdad de oportunidades y la libertad de enseñanza. Pero en las dos últimas legislaturas he visto que se ha ido restringiendo el concepto de igualdad de oportunidades y que la igualdad que se pretendía se basaba en la oferta única. Esta oferta única siempre será teórica, no se pueden clonar las comunidades educativas ni los equipos docentes, por eso cada centro educativo tendrá sus peculiaridades que hacen sea más atractivo para algunos padres y menos para otros.

Paralelamente, muchos políticos se han desmarcado de la oferta educativa pública y han elegido para sus hijos centros cuyo coste mensual supera el salario de cualquier obrero. Me preocupa que me bajen el sueldo y que ahonden en la discriminación profesional que prometieron resolver. Pero sobre todo me preocupan los alumnos, hijos de parados, que no podrán ni siquiera pagar su sexta hora en centros concertados; y por tanto, tendrán que entrar por el carril de la oferta única.

M. del Carmen García Vidal **

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