Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Imposible sustraerse al suceso de la semana aunque uno quiera hacerlo, que no quiere hacerlo. Sin duda, el nombramiento, o la elección, o ambas cosas a la vez o incluso ninguna de ambas cosas, en el fondo lo que sea, en definitiva el acto por el que Rajoy es proclamado candidato a la Presidencia del Gobierno en las elecciones del 2004 por el Partido Popular.

Para qué engañarse, Rajoy es el candidato que menos deseaba la izquierda y por lo tanto el que mejor venía a la derecha, en consecuencia la derecha acierta en su elección. Rajoy es lo mejor que tienen. Tanto es así que mejora con creces al propio Aznar y de esto nos tenemos que alegrar todos. A pesar de las promesas, imposible parecerse a Aznar, el personaje es muy complicado y difícil, pero aunque no lo fuera, cualquier sucesor por poco que se precie, busca siempre las diferencias con el que sustituye, en esto da igual el régimen político o las concepciones ideológicas; ocurre lo mismo en la sucesión a Papa, capitán general, jefe de gobierno o cualquier puesto político o administrativo de alguna relevancia. Así que Rajoy seguro que será distinto a Aznar, es más, es muy distinto a Aznar.

Despejada la incógnita se terminaron pabulo y cábalas, algunos con el inefable sello de tiempos pasados. Esas estudiadas profecías en las que se inventa el enemigo que a uno le gustaría tener y se comienza a zaherir su sombra antes de que esta tome cuerpo. Y así se inventó lo de Rato versus Berlusconi y se atiborró la Santa Bárbara de una munición inútil, pero habrá que decir que mejor así.

La clave de un sistema democrático se dice que está en la posibilidad de alternancia y pienso que en gran medida es cierto, pero fundamentalmente está en la fe en el resto del conjunto de los ciudadanos, más allá de cualquier reticencia sentida o figurada.

La ciudadanía en términos históricos ha tomado a veces decisiones de difícil comprensión, cuesta entender con la óptica de hoy la ascensión democrática de los nazis al poder en la República de Weimar. La desesperación, que ya se sabe que es mala consejera, debió de influir mucho en ello, pero los propios nazis se cuidaron de acabar con el régimen democrático para que no hubiera arrepentimientos. Sorprendente también resulta el comportamiento de la ciudadanía inglesa al sustituir en 1945 al Churchill triunfante de la II Guerra Mundial por el laborista Attlee, y no se equivocaron los ingleses en la sustitución.

En definitiva, por principio el pueblo siempre tiene la razón; por experiencia histórica casi siempre la tiene también. El pueblo barrunta los grandes problemas, es un instinto colectivo de la sociedad. El instinto de los pueblos es siempre instinto con memoria, que sopesa y analiza y es de esperar que recuerde que Rajoy era el segundo de a bordo de Aznar y partícipe, copartícipe, cuando no diseñador de su política, con asuntos tan penosos como la guerra de Irak.

En España no tenemos motivos para movernos en claves de excepcionalidades y de esto debemos alegrarnos todos, salvo que de los temas de estructuración del Estado se haga bandera de ellos radicalizándolos. Y si esto ocurre el pueblo va a responder, con contundencia y no se va a equivocar. Y en este marco ¿por qué no decirlo?, Rajoy me parece un magnífico jefe de la oposición.