No deja de producir cierto estupor escuchar de vez en cuando algún político de turno hablar de aquello de congelar el sueldo a los funcionarios. No hace mucho le tocó el turno al ministro de Fomento. Esta recurrencia viene a ser uno de los ejercicios de demagogia más clamorosos que se pueden plantear. Se pierde el objetivo y se rodea el problema porque al cuerpo de funcionarios no se le puede pedir más estabilidad que la que ya le viene dada por las livianas variaciones del IPC. El debate por esta vía está perdido, cuando menos desde una perspectiva cuantitativa. No obstante, la cosa cambia si se afronta desde el punto de vista de los rendimientos en función de los costes salariales. Es cierto que generalizar no deja de resultar injusto, porque una pequeña parte del gremio tira de la carreta y suda la camisa, pero no es menos cierto que la otra gran mayoría de la orquesta comienza a tocar a la altura de las nueve cuando se le presupone fichar a las ocho. Que a poco más de las diez les toca el café que se les demora a hora y a hora larga, y que a la altura de las dos, la cuadrilla comienza a estirar las piernas. Todo ello sin contar las tantas veces que, en las horas que se les presuponen de tajo, se hayan asomando a la ventana del mundo no precisamente a tomar aliento por la fatiga, sino para realizar las diversas gestiones y aficiones que la Red ofrece, cartero electrónico incluido. (Las cuestiones de absentismo las dejo para los sindicatos). Tomen pues la calculadora y valoren el coste que para la Administración vienen a suponer tiempos distraídos. Caerán entonces en la cuenta que aquello de congelar el sueldo de un funcionario a tasas del IPC no es más que reducirle el chocolate al loco.

Sería entonces conveniente dejar la demagogia a un lado, y más que alentar a congelar una tropa que ya de por sí tiene una natural propensión a enfriarse, darles candela o calentarlos para que funcionaran a tasas de rendimiento mínimamente aceptables. Si de verdad se quiere hacer algo de provecho con el grupo de funcionarios, algo que realmente sea cuantificable, hay que, sencillamente, ponerlos a trabajar. La congelación, por otra parte, afecta a todos y por tanto es injusta para aquellos que tiran del carro.

Miguel A. Mallo Pérez **

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Funcionario economista del SES.