La cárcel de Alhaurín de la Torre no ha dado abasto para acoger a concejales, empresarios y funcionarios del Ayuntamiento de Marbella. Han sido varios los encarcelados, pero auténtica legión los corruptos que han pagado o cobrado en Marbella y a los que, por ahora, nadie ha metido mano. Nos rasgamos las vestiduras ante las fechorías de esos émulos de Alí Babá y sus 40 ladrones y nos preguntamos cómo hemos podido dejar que el monstruo creciera de esta forma. Pues no seamos hipócritas. Sabíamos lo que estaba ocurriendo en Marbella, pero preferimos mirar hacia otro lado. Sobre todo los votantes y los empresarios que han ganado mucho dinero pagando las corruptelas de esa tropa. Que tampoco quede libre nuestra conciencia por las encarcelaciones de Marbella. En muchos otros ayuntamientos españoles la corrupción se ha instalado a sus anchas, cabalgando sobre el corcel del urbanismo. Y no sólo en la costa. Probablemente, jamás la corrupción haya alcanzado tamaña extensión a la actual. Si no la cortamos, en unos años será necesario organizar una operación catártica, tipo Manos limpias italiana, para poder limpiar el paisaje. Ante este lodazal, debemos preguntarnos, por qué. Primero por causas institucionales, políticas y administrativas. La absoluta falta de control y la ausencia de contrapesos de los todopoderosos partidos políticos permiten la proliferación de células corruptas. Los grandes partidos intentarán satanizar ahora a los grupos independientes, olvidando aquello de la viga en el ojo propio, frente a la paja del ajeno.

Pero la corrupción no sólo se debe a causas de ética personal o partidaria. Tiene otras nítidas fuentes en el espectacular incremento de demanda de vivienda y en la libertad arbitraria de quienes deciden qué suelos son urbanizables y cuáles no. El actual boom inmobiliario dura ya casi 10 años. Las causas son bien conocidas. Acomodación del baby boom de los 60 y mediados de los 70, fenómeno de las segundas viviendas, imparable crecimiento del turismo residencial, éxodo de europeos hacia nuestras costas, y acomodo de la inmigración que crece sin cesar.

XESTOS FACTORESx están cebando la bomba demográfica. Baste recordar algunos datos. A mediados de los 90, en plena caída libre de la natalidad, los estudiosos afirmaron que jamás alcanzaríamos los 40 millones de habitantes. Ya somos casi 45 millones de habitantes, y la tendencia de crecimiento sigue firme. Llegaremos a los 50 millones. Este crecimiento de población residente (aquí no tenemos en cuenta los millones de turistas que anualmente recibimos) se debe al repunte de la natalidad a partir de 1998, reforzado por un paulatino incremento de la esperanza de vida; a los residentes europeos que viven varios meses al año entre nosotros y que se empadronan y al fuerte flujo inmigratorio que estamos experimentando. Cada año crecemos en más de 600.000 personas, lo que genera una demanda fija de unas 400.000 o 500.000 viviendas anuales. Si a esto le unimos el fenómeno segunda vivienda, o la idea de inversión segura para el futuro, comprenderemos el por qué superamos las 600.000 viviendas construidas al año. No sabemos cuánto durará este crecimiento desmesurado, aunque todo parece apuntar a que no se detendrá bruscamente, sino que irá menguando paulatinamente, ralentizado por el incremento de los tipos de interés y el altísimo precio alcanzado. Hoy ya somos de los más caros, y el porcentaje de europeos que pueden acceder a nuestros precios disminuye en proporción al encarecimiento.

La decisión de considerar un suelo como urbano es absolutamente arbitraria para los responsables del plan (salvo suelos protegidos). Pueden incluirlo o no en función de donde dibujen la raya y la diferencia entre ser considerado suelo urbano o rústico puede significar muchos ceros en el valor del terreno. La tentación está servida. La leyenda cuenta que el rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba. El más grande de los alquimistas, Flamel , a punto estuvo de conseguir dar con la piedra filosofal. Pues bien, hoy, cualquier delegado de urbanismo municipal es capaz de convertir en oro un descampado yermo y estéril. Basta con que los recalifique y les conceda la edificabilidad adecuada. Los ciudadanos reclaman muchos servicios a unos ayuntamientos mal financiados, que deben recurrir al urbanismo como principal fuente de ingresos. No olvidemos que, de acuerdo a la ley, el municipio se queda con un porcentaje de todo el suelo recalificado, amén de recibir vía convenios importantes cuantías económicas. Ante la fuerte demanda, el ayuntamiento no puede restringir el suelo para que no se encarezca en demasía, para que todos los ciudadanos puedan acceder a la vivienda, por la necesidad de actividad económica y por su dependencia financiera de los convenios. Un auténtico cóctel explosivo. Pues así es como tenemos el patio. En muchos ayuntamientos hay corruptos, y son muchas las empresas promotoras que están pagando comisiones. Denunciémoslos ahora que estamos a tiempo.

*Exministro y escritor