Nos hemos conformado con la promesa del futuro, de que todo lo que deseamos llegará mañana porque hoy es demasiado pronto, hoy no es posible. Como si de una irónica evolución literaria se tratara, el simbólico artículo del escritor del siglo XIX Mariano José de Larra ‘Vuelva usted mañana’ se ha convertido en un ‘Sueñe usted mañana’. Y en vez de una administración mastodóntica, lenta y torpe, uno lidia con una sociedad resentida, llena de conformismo y reticencias.

Pero si los jóvenes tienen hoy más oportunidades que nunca.

Si las mujeres han avanzado mucho en todos los terrenos. ¿No ven que esa lucha ya no es necesaria? Pero si hoy tienen de todo. Si las nuevas generaciones sólo saben quejarse. ¿Qué es lo que quieren? Pues bien, queremos creer y construir a través de nuestro presente un futuro mejor. Uno posible. La tan referenciada crisis ha destrozado ese maquillaje de bienestar que daba color a nuestro momento, como un huracán nos ha recordado que nada es indestructible y nos ha hecho sentir en un tenguerengue constante. Hemos perdido derechos, conquistas que parecían definitivas, estamos retrocediendo en cifras económicas y también en valores, en iniciativas, en confianza, fuerza…

Entonces se dibujó un precipicio enorme en nuestro horizonte que parecía engullir toda posible evolución. Ya no había cima que alcanzar, sólo mirábamos hacia abajo.

¿Recuerdan a los ‘mileuristas’? Eran todos esos jóvenes ‘sobradamente preparados’ que se habían quedado anclados en trabajos cuyo salario no superaba los 1.000 euros. No sólo hacía referencia a la remuneración sino a un nuevo modelo de vida, al devenir de toda una generación, puede que a varias. Pues bien, ahora, ya en la treintena, son ‘eternos mileuristas’ que siguen en la misma situación, con el mismo sentimiento de ‘esto no es lo que esperábamos’ y con el temor añadido de la inestabilidad. Salarios medios de 16.500 euros, una aplastante mayoría de jóvenes desempleados, mujeres que cobran un 23% menos que los hombres. Cifras como teselas del mosaico que es nuestra realidad con la que no hay que conformarse.

Cada época tiene sus cosas. La actual no es la peor ni quizás tampoco la mejor, pero es la nuestra y no podemos dejar que el miedo ni el desencanto nos la roben. Ese futuro que nos pintaron no ha llegado, es cierto, pero nosotros mismos podemos pintar uno mejor. O, al menos, creer en él. Porque, como dejó también escrito el autor Eduardo Galeano, ¿para qué sirve la utopía, aunque se nos escape siempre de las manos, sino para caminar? Por eso, soñemos hoy, no lo dejemos para mañana.