En su reciente Barcelona. Libro de los pasajes, Jorge Carrión afirmaba que «el sueño de Barcelona es su orden legible, su textura amable, su vida de calidad, su belleza de renombre internacional que la convierte en motivo de admiración de los turistas y en motivo de orgullo de sus ciudadanos». Decía Carrión, nacido en Tarragona, que su intención con ese libro había sido «ayudar al lector a entender su propia ciudad» pero su obra, que por el título hacía pensar en Walter Benjamin y su monumental Libro de los pasajes sobre París, es ante todo una acumulación de escenas costumbristas en torno a los pasadizos comerciales de la ciudad. Descripción realista e histórica de una ciudad cuyo nombre evoca mucho más en los sueños de quienes la nombran, como reflejó la madrileña Julieta Valero en su maravilloso poema Barcelona donde, reconociendo no haber visitado la urbe catalana, prefería seguir sin pisarla, para no perder todo lo que le sugería y terminaba: «Barcelona ignota. Barcelona a salvo. / Barcelona al noreste del deseo». En mi época de profesor de español en Alemania y Chequia, no había ningún estudiante que, habiendo visitado España, no hubiera estado en Barcelona. Muchos eran lo único que conocían de nuestro país, y es que mal que pese a los nacionalistas (que, como dijera Álex Chico, poeta extremeño asentado en esa ciudad, tienen un problema con Barcelona), el significado de esa ciudad en el mundo es enorme, y el de la «cuestión catalana», minúsculo. «I’ve walked La Ramblas but not with real intent», cantaban los Manic Street Preachers, y sin duda ése es el sueño de tantos forasteros que pasean por las Ramblas: andar, caminar sin meta definida, disfrutando simplemente del hecho de estar ahí, pues Barcelona transmite la ilusión a quienes la visitan de poder ser quién uno quiera ser. Quienes viven allí, y reniegan de los turistas, tienen vidas muy distintas, de estrés y tiempo que se escurre entre los dedos, como un amigo mío que, entre ir al trabajo y llevar al niño al colegio, pierde diariamente cuatro horas en el coche. Pero Barcelona, que gracias al provincianismo catalanista dejó hace tiempo de ser el faro de la literatura en español que había sido (la del boom hispanoamericano, la de la escuela poética de Barcelona), sigue siendo una ciudad de la libertad, joven e indómita y, casi siempre, primero con el modernizador Maragall, ahora con Ada Colau, referencia para la izquierda europea. Una ciudad que es parte de todos, también de los turistas que quisieron cumplir el sueño de Barcelona, que representa todo lo que odian esos terroristas hijos de la frustración que organizaron una letal pesadilla.

* Escritor