Eran los años de la posguerra. Años de racionamientos, de penurias y carencias, dentro de una nefasta autarquía. A trancas y barrancas, el país intentaba salir de la postración, fruto de la guerra civil, que nos llevó a la propia supervivencia. Hasta las asignaturas escolares estaban agavilladas en las enciclopedias, de Dalmau , Ascarza o Alvarez, para evitar superfluos gastos de papel. Eran los años del catón y la pizarra, la cantinela machadiana de la tabla de multiplicar, y unos pobres libros publicados en rústica y frágiles encuadernaciones. Y los pocos que había, en este páramo bibliográfico, debían pasar el filtro de una rígida censura, pues el establishment franquista era el termómetro que marcaba la fiebre intelectual de los españoles, a quienes le estaba prohibido acceder a textos desviados del nacional-catolicismo. Por el contrario, el nihil obstat , era la luz verde para toda publicación destinada a los lectores en general. Tales trabas condicionaban, sin duda, el canijo desarrollo de los libros, por lo que éstos, teledirigidos desde el poder, eran escasos y sin pulso, lo que deparaba analfabetos en muy altos porcentajes. Se leía poco, y pocos eran los libros que había en las familias, que debían atender a un prioritario primum vivere , como eran contados los periódicos vendidos en los kioskos. Las escuelas albergaban, en viejas estanterías, algunos libritos de santos y héroes, las fábulas de Iriarte y Samaniego , alguna colección de Serrano de Haro , el Corazón , de E. Amicis , y, ¡cómo no! las biografías de Hernán Cortés y Pizarro , junto al Quijote , que servía para el dictado o la lectura ocasional-

XPERO LAx vida fluye, el tiempo corre y la historia nos trae nuevas conquistas. De aquí que, desde la escasez escalofriante del libro, se iría pasando a la progresiva irrupción de bien nutridas bibliotecas, con libros de todo género y estilo. Se pasaba, pues, desde la penuria más degradante, a toda una avalancha literaria, materializada, primero, en nuestros centros escolares, cuyos alumnos han de llevar, hoy, a sus espaldas, en pesadísimas mochilas, hermosos libros de texto, a todo color; y, en segundo lugar, en nuestras actuales bibliotecas, atiborradas de volúmenes, con los autores más dispares, que enfervorizan, especialmente, a nuestros muchachos, ya a través de colecciones de bolsillos, o de ejemplares de rica encuadernación- De forma progresiva, pues, se fue pasando desde la gran sequía libresca, hasta una auténtica eclosión editorial, hoy puntera en la Europa moderna. Eclosión, incontenible, que ocurre no sólo en España, sino en los países desarrollados del mundo civilizado, que tiene a disposición de sus lectores, lo que hace, sólo unas décadas, venía a ser una inalcanzable utopía. Utopía, que ha cristalizado, de forma inopinada, en un nombre de amplias resonancias mundiales: el de Google, verdadera biblioteca universal , al decir de una novelista de nuestros días, con mil millones de usuarios .

Oceánica biblioteca que la puede utilizar el campesino y el abogado, el bachiller y el catedrático, el artesano y el erudito, el menestral y el Premio Nóbel. Todo hijo de vecino, pues, puede rentabilizar el invento del siglo, cuya empresa pionera nacía, en septiembre de 1998 (cien años después, en que, unos científicos y literatos españoles, bajo la legendaria agrupación del 98 , esgrimían sus más acervas críticas, ante la postración político-social española, de la época). Una sorprendente apertura, de nuevas fronteras culturales, que nacería en el silencio de un garaje alquilado, de Silicon Valley, California, por obra y gracia de dos estudiantes talentosos, Sergey Brin y Larry Page -Por lo tanto, si, en pasados siglos, los marinos navegaban por los siete mares, los internautas, de hoy, navegan por otros tantos mares del saber y del progreso. Por lo que ha sido justísimo que un jurado español, haya concedido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación , a la compañía Google, por "propiciar el acceso general al conocimiento", aunque su sistema --se ha subrayado-- no debiera convertirse en una fuente única. Y, podríase añadir, como epílogo final a lo dicho, esta saludable advertencia, parafraseando a Jaime Balmes : De citada biblioteca universal , se deberá tener buen cuidado en "escoger bien los libros, y, por supuesto, leerlos bien-"

*Escritor.