Ua vez, no sé dónde, soñé una historia que yo creí infantil, y hoy la valoro genial y profunda. Erase un mundo de orugas quejumbrosas, de larvas del dolor, que ignoraban la existencia de las rosas y el místico vuelo de la mariposa besando las flores con amor. Incontables niños estaban tristes. Los suspiros se escapaban de sus boquitas de fresas. Estaban pálidos, sin risas y sin el dulce néctar de amor, que fluye de la mamá al canto de Soy toda para ti .

Una niña de cabellos de oro se acerca y me dice: Contempla, no es un espejismo, ese arsenal de sangre. Miles de niños jamás escuchamos el canto de la mamá que con música de nana nos dijeran: Duérmete, niño mío, flor de mi sangre . Quédate en mi voz dormido, que yo velaré tu sueño, mi luz, mi vida, mi dueño, ¡mi lirio recién nacido!, sino que agonizamos abandonados, al poco tiempo de nacer, en una caja de cartón o bañados por la maldad, troceados en un contenedor. Me hizo rastrear mis antiguas cañadas y recordé al niño, que hace unos días moría de frío abandonado. Recordé a tantos niños sin hogar y mis diálogos con ellos en países como Brasil, Argentina... Me hicieron callar sus historias llenas de abusos y desprecios luchando por sobrevivir. Detrás del telón quedaban los que nunca podrán hablar. De repente, un coro de niño me interrumpió con este mensaje El mundo es bello. No trencéis más, claveles y cristales, lágrimas de alegría y risas de dolor. Planten lirios en sus mentes, fuentes de agua cantarina, con estrella blanca, alta, reluciente, y con sol que emane suave luz divina y morirán las orugas entre las risas de las rosas.