TCtonsiderando la situación y la calidad en España de la política, la literatura, el cine, la música, la ciencia, las bellas artes, los oficios, la televisión o la judicatura, parece claro que, en efecto, la nación prescinde de sus superdotados, a los que arrincona desde su más tierna infancia. Lejanos por desgracia ya los tiempos en que, durante la II República, se prestó atención institucional a los niños más inteligentes del pueblo español mediante avanzados planes específicos de estudio, becas, aprecio público y la creación de Instituto de Selección Escolar, hoy los niños con un cociente intelectual superior (los adultos vegetan y malsobreviven en un ambiente hostil) no sólo carecen del reconocimiento y apoyo que necesitan para su desarrollo personal y el del país que habría de beneficiarse de sus cualidades y excelencias, sino que están expuestos en situación de franco desamparo a la estulticia de la política partidaria y a la codicia de ciertos "psicólogos" que les sacan las perras a sus atribulados progenitores so capa de enmendar los desajustes que en sus despejados hijos produce la mediocridad y la indiferencia, cuando no el rechazo, que les circunda.

Por primera vez un juez, una jueza, condenó hace unas semanas a la Administración, en este caso a la Comunidad de Madrid, a brindar atención educativa específica a un niño superdotado, forzado hasta ahora a perder miserablemente el tiempo y el talento en los predios escolares convencionales, nefastos también para las criaturas llamémoslas "normales", a las que entre los tres y los seis años no se les enseña absolutamente nada. Pues bien; la Comunidad, ofuscada por esa intromisión de la Justicia en lo que debe considerar sus cosas, ha recurrido la sentencia. En otra Comunidad, la de Castilla-La Mancha, ni siquiera se reconoce, al perecer, la definición de "superdotado" avalada por la comunidad científica internacional, de suerte que para ella los niños alcarreños y manchegos talentosos, sencillamente, no existen.

No está España, ni lo ha estado nunca, para prescindir de sus hijos más preclaros, ni para abocarles a la inadaptación, al tedio, al sufrimiento, a la inacción y al fracaso escolar (siete de cada diez superdotados fracasa en los estudios). Pero así es la sempiterna dictadura de los mediocres.