Ayer, Guillermo Fernández Vara tuvo una oportunidad de oro para pedir perdón a los extremeños y asumir sus responsabilidades políticas sobre la sentencia que condena a más de 8 años de cárcel a cada uno de los tres directivos que él puso al frente de Feval.

Vara pudo acabar con su silencio sobre este tema. Pudo aprovechar que la oposición le estaba obligando a decir algo para demostrar que ya ha salido del maletero, que da la cara, que no tenemos motivos para sentirnos avergonzados por su actitud.

Sin embargo, demostró en pocos minutos que sigue aferrado a sus viejos vicios caciquiles.

No solo justificó lo ocurrido con cinismo, sino que amenazó a quienes le preguntaban, para luego sacar a flote un victimismo más propio de alguien que acaba de llegar a esto de la política, que de quien nombró a los condenados.

Con la cabeza bajo tierra, se limitó a repetir los mantras de la posverdad que los socialistas están empeñados en construir en torno a este escándalo.

Volvió a insistir en que fue él quien destapó el caso, como si los extremeños hubiésemos estado ausentes en los últimos siete años y no supiésemos que la única verdad es que Guillermo Fernández Vara mantuvo a sus directivos corruptos en sus cargos hasta que fue el gobierno del Partido Popular el que los apartó definitivamente.

Insistió en que nadie se llevó dinero de Feval, como si el hecho de que se les reclamen más de 200.000 euros a los condenados fuese pura casualidad.

Se limitó a atacar el Partido Popular, que, dicho sea de paso, es el partido que puso este asunto en manos de la fiscalía y también el responsable de que se recupere ese dinero.

Nada dijo sobre lo que latrocinio que él permitió, que él conocía porque fue advertido por los propios trabajadores.

Se conformó con decirnos que la prueba del algodón de que Feval son «tonterías y changás» es que él ha «sobrevivido».

Esa es su prioridad, mantenerse en la pomada a cualquier precio.

Sobre que es un superviviente, visto su metamorfosis de susanita a sanchista, ya no teníamos ninguna duda.

El problema es que la única prueba del algodón es la de los jueces, que han dicho que se trata de un caso de corrupción 100% socialista.