WLw os diez días de andadura de la Copa Mundial de fútbol de Suráfrica permiten un primer balance del desarrollo del que es, junto a los Juegos Olímpicos, el mayor espectáculo deportivo del planeta. Y de entrada hay que constatar que la apuesta de que, por primera vez en la historia, un país africano organizase el Mundial no ha sido errónea.

La nación más meridional del continente negro está demostrando, en general, una capacidad organizativa a la altura del evento futbolístico, y la asistencia de espectadores a los estadios, notable, es la esperada.

En el terreno meramente deportivo, los 29partidos disputados hasta ayer confirman la tendencia a una mayor igualdad entre selecciones como efecto de la definitiva globalización del fútbol. Los resultados adversos obtenidos por potencias que atesoran campeonatos mundiales, como Inglaterra, Francia, Italia o Alemania, ante rivales teóricamente mucho más débiles certifican --más allá del tópico de que no hay enemigo pequeño-- que, pese a las enormes diferencias económicas que existen entre la élite y el proletariado, el fútbol sigue teniendo margen para mantener el que es uno de sus mayores atractivos: el desafío de la lógica y el triunfo de lo inesperado.

Con todo, es más que probable que los jugadores de las grandes selecciones (las europeas, Brasil y Argentina, fundamentalmente) estén pagando haber llegado al Mundial de Suráfrica con muchísimos partidos en las piernas durante la temporada, con sus clubs o con los propios equipos nacionales. Con un calendario tan repleto de agosto a mayo, un Mundial de un mes como complemento de lujo parece excesivo.

Un campeonato con menos equipos y duración tendría más sentido, aunque es difícil que la FIFA se plantee una reforma de este tipo porque chocaría con su modelo expansivo, en el que antepone sus ingresos económicos a evitar la erosión, por sobrecarga, del eslabón clave del negocio, los jugadores.

¿Y la selección española? No es campeona del mundo, aunque a ojos de muchos --y no solamente de españoles-- pareció que acudía al mundial surafricano como si lo fuera. Pero la decepción por la derrota ante Suiza no debe hacer variar un estilo de juego admirado y novedoso en la Roja. Hoy, ante Honduras, es el día clave. Es solo un juego, pero ganar daría al país una alegría cuando más necesitado está de ellas.