El Tour de Francia, la carrera ciclista más importante del calendario internacional y que hoy vive una etapa decisiva con la contrarreloj de 52 kilómetros entre Burdeos y Pauillac, se está desarrollando en una atmósfera surrealista: precisamente la prueba más disputada; la que da la gloria y con cuya victoria sueñan todos los ciclistas del mundo, ha tenido episodios de difícil comprensión desde el punto de vista de la competición. Un ´fair play´ mal entendido, alentado por Alberto Contador y seguido por parte del pelotón, está a punto de echar por tierra el espíritu competitivo y, lo que es peor, introducir criterios morales para graduar si dicho espíritu es adecuado o no.

Toda competición deportiva tiene sus reglas, pero precisamente esas reglas conforman el marco para que, dentro de él, el deportista pueda expresar toda su capacidad, sus ansias, su talento para ganarla, sin que elementos que forman parte de la competición y que obedecen al azar, como son las caídas, los contratiempos mecánicos, etc. deban condicionar el afán por ganar.

Contador, un magnífico ciclista que está a punto de coronarse campeón por tercera vez en París, ha abierto la puerta a un territorio movedizo. ¿Qué pasará hoy si pincha durante la disputa de la cronometrada? ¿Debe Andy Schleck pararse y contar los segundos perdidos por el español para arreglar su avería so pena de que sea tildado de comportamiento antideportivo? A tenor de lo ocurrido en días anteriores, sí. Pero de hacerlo se habría dado la puntilla a la bella competición que es la carrera francesa.