He de confesarles que nunca me ha gustado Susana Díaz . La razón fundamental es que reúne casi todas las características de un perfil que le ha hecho bastante daño a la política española: alguien a quien no se le conocen méritos más allá de la política, de la que vive, de una forma o de otra, desde hace casi veinte años (y tiene cuarenta). De casta de fontaneros, dice; sí, buena fontanera sí es. Es un modelo que lamentablemente abunda en España. Suelen ser personas que no poseen trayectoria profesional iniciada, y que tienen una edad en la que ya no resulta fácil comenzarla. Se agarran a una carrera política de por vida y son capaces de casi cualquier cosa por seguir en ella.

A todo esto hay que añadir que Susana Díaz era presidenta de Andalucía hasta hace poco sin ganar unas elecciones y habiendo convocado unas no-primarias internas en las que se hacía materialmente imposible que alguien compitiera democráticamente. En fin, todo un ejemplo de la vieja política. Pero quien aspire a realizar análisis con un mínimo de rigor y con alguna posibilidad de acertar, debe hacer un esfuerzo por comprender que ni su visión incluye toda la visión ni sus gustos o deseos coinciden necesariamente con la realidad. Y aquí irrumpe con fuerza, para mí, el proceso electoral del pasado 22 de marzo en Andalucía.

Objetivamente, la victoria de Susana Díaz aquel domingo es una victoria de una gran contundencia y con un componente muy personal. En el peor momento histórico del PSOE desde 1975, ella ha logrado mantener casi intacto el apoyo electoral del último proceso, en 2012. Además, ha dejado al segundo partido, el PP, a nada menos que nueve puntos porcentuales. El PSOE, como organización, pasa por un momento electoral en el que la mayoría de sus líderes, según las encuestas, se las van a ver y desear para quedarse cerca de sus últimos resultados --que ya eran mínimos históricos--, cuando no para evitar que el partido se convierta en una fuerza casi irrelevante. Bien, pues justo en ese contexto, llega Susana y mantiene idéntica representación parlamentaria. El componente de éxito personal es indiscutible.

XELLA,x así, ha demostrado varias virtudes objetivas que no pueden soslayarse. Virtudes de aquello que tanto escasea en nuestro país: liderazgo. A saber: valentía, fortaleza y capacidad estratégica. No entraré a valorar el hecho de entrar en campaña electoral embarazada, pues es un asunto de índole muy personal que no conviene introducir en política, aunque imagino que también tiene algo de esas tres virtudes.

Adelantar las elecciones fue un gesto de valentía, pues los riesgos eran evidentes: primera cita electoral tras la irrupción de Podemos y Ciudadanos, con la previsible decadencia del bipartidismo; forzada ruptura del pacto de gobierno con IU, que podría ser mal recibida por la ciudadanía; salto a la arena en un momento de zozobra generalizada. Y fíjense los logros que la excelente estrategia le ha reportado: hundimiento de un PP que queda seriamente tocado a medio plazo; frenazo a Podemos, en el peor momento de su ciclo electoral según todas las encuestas y sin consolidar liderazgo regional; enorme daño en IU, que ya es innecesaria para formar gobierno. Y todo justo antes de que Ciudadanos se comenzara a disparar en intención de voto.

Su fortaleza, que no hace falta definir en lo personal porque es bastante obvia, ha quedado de manifiesto políticamente en los debates con sus contrincantes. Bien es cierto que ninguno de ellos tiene nivel como para ser comparados con Díaz, pero aún así ella les destrozó literalmente en el segundo de los debates de la campaña, donde, aunque quizá en exceso soberbia, estuvo esencialmente brillante. De ese perfil político que tan poco me gusta y al que pertenece Susana, hay dos tipos de personas: las que tienen talento político y las que no. Las segundas son aún más peligrosas, porque además de pisar cabezas y hacer todo lo necesario para seguir en el poder, no suelen dar una a derechas. Parece que ella es de las primeras. Eso, al menos, ha demostrado en este tiempo de máxima responsabilidad, que es cuando resulta más difícil demostrar las cosas.

Así pues, qué quieren que les diga. Que la política la hacen las personas, y que pocas personas reúnen todas y cada una de las características que quisiéramos. Que al final tiene uno que elegir entre lo que hay. Que los liderazgos en España cotizan más que a la baja. Que la mediocridad moral, personal y política, es la norma. Y que en medio de todo eso aparece Susana, ya con unas elecciones ganadas, y muy bien ganadas. Y esto es lo que hay.