A veces, me da la sensación de que, por estos lares, hemos perdido un poco el oremus. Lo digo porque, mientras que medio mundo se plantea cómo hacer frente a la amenaza terrorista de los islamistas radicales, los españoles andamos preocupados por la posición en que se sienta la gente en los transportes públicos o por el número y forma de las figuras que aparecen en los semáforos.

Y qué quieren que les diga, que, cuando está en juego la seguridad, la libertad y la vida de millones de personas, lo demás parece, cuando menos, anecdótico. No quiere esto decir que haya que obviar otros asuntos importantes de la vida. Pero tampoco que pasemos horas y horas discutiendo sobre la primera ocurrencia que se le pase por la cabeza a cualquier gobernante local.

Que es cierto que, en España, siempre ha habido cierta tendencia a la distracción frente a lo fundamental. Pero que, desde que llegó esa autodenominada ‘nueva política’, tan añeja ella, solemos perder más tiempo del que disponemos debatiendo sobre el sexo de los ángeles y enzarzándonos en polémicas artificiales. Y, por eso, casi nadie parece reparar en cosas tan importantes como la amenaza, de dimensiones desconocidas, que se cierne sobre nosotros, una amenaza que está sembrando de miedo y muerte media Europa.

Y el problema no nos es, para nada, ajeno, como algunos inconscientes egoístas creen. Porque, ya durante los últimos meses, las Fuerzas y los Cuerpos de Seguridad del Estado han desarticulado numerosas células yihadistas, y detenido a ‘lobos solitarios’, que planeaban atentar en territorio español. Y casi nadie ha aplaudido el trabajo, efectivo y callado, de los agentes, ni la buena --y discreta-- gestión de estos temas llevada a cabo por el gobierno.

Ojalá siga todo así, y no lleguemos a sufrir el azote de los sanguinarios terroristas islamistas, porque, de ocurrir tragedias como las acontecidas en otros países de nuestro entorno, además del dolor por las víctimas y los heridos que se produjesen, tendríamos que padecer el que, sin duda, nos infringiría contemplar a aquellos que solo se preocupan de lo superfluo cuestionando la labor de los servidores públicos que, siempre, hacen su trabajo, con eficacia y sin alharacas, para que todos podamos seguir viviendo en paz y libertad.